www.cubaencuentro.com Miércoles, 23 de julio de 2003

 
   
 
Cimarrones del socialismo
Arrollando en El Prado, Celia no hubiera sido un fantasma del pasado, sino una cosmonauta que regresa más joven de su viaje en el tiempo.
por NéSTOR DíAZ DE VILLEGAS, Los Ángeles
 

Dentro de pocos años las nuevas generaciones de cubanos no entenderán el sentido de ¡Azúca!. Esa sustancia sagrada de nuestra mitología habrá dejado de existir; y su lugar en un ideario socioeconómico que se remonta a los tiempos del esclavismo habrá quedado vacante. Como queda vacante ahora el puesto de la "reina" de la Rumba. Hemos pasado del feudalismo a la era poscomunista, sin transiciones.

Estrella de Celia Cruz
Miami, estrella de Celia Cruz en la Pequeña Habana.

En lugar de ¡Azúca! ahora consumiremos otro cristal dulzón. Un substituto, producto de otras destilaciones culturales: la música republicana pasada por agua y la "bastardización" del imaginario asociado a ella. Innumerables "salseros" y otras antiguallas seguirán saliendo al escenario, bajo los arcos de cristal, para representar la farsa del Ancien Régime. La realidad habrá sucumbido a la Idea. Viviremos, literalmente, de las imágenes.

Una era que debía haberse puesto a descansar hace cuatro décadas, va por fin a la tumba con la Guarachera de Cuba. Pero, como no hubo otra, tampoco quedó más remedio que repetir eternamente la misma Historia, como en la Invención de Morel. La generación del Centenario pudo, efectivamente, destruir a la Cuba clásica, pero no fue capaz de sustituirla por una nueva. Sin reconocerlo, hemos vivido detrás del vidrio de un cuadro de las Hermanitas Scull. Nosotros éramos los cadáveres; nosotros los embalsamados. Ahora, con la muerte de la Reina, no hemos hecho más que ponernos al día.

La Rumba —y la imago de La Habana que la creó— es hoy el principal producto de exportación de la dictadura. El gobierno castrista le negaba la entrada a la rumbera, por razones obvias. Celia, arrollando en El Prado o cantando en Tropicana, hubiera sido, no el tan socorrido fantasma del pasado, sino como una cosmonauta que regresa más joven de su viaje en el Tiempo. Hubiera sido el fantasma del futuro. La aparición de la rumbera significaría la destrucción del principio de realidad que mantiene vivo al régimen. La naturaleza de holograma del castrismo quedaría al descubierto.

Con Celia muere también el joie de vivre de una época que tratamos de enterrar antes de tiempo. Pero la República se resistió a morir. Celia Cruz, como un ejército de una sola persona, defendió la alegría, la decencia, el patriotismo sencillo y la visión del mundo de aquella edad de oro. Tendida en la Torre de la Libertad encarna la paradoja de un país que marcha hacia atrás para reencontrarse. Su capilla ardiente, y la procesión del pueblo que desfila por las antiguas oficinas del "Refugio", iluminan el sentido de la oscura consigna: "¡Adelante, adelante, adelante!".

El principal producto de exportación cubano es hoy la alegría de la República. La dictadura explota despiadadamente esa mina de oro, de grandes éxitos —en la arquitectura, en las artes, en la literatura, en lo social, y hasta en lo político— para mantener su averiada maquinaria. Venden, empaquetados por los estudios Unicornio, trozos de la época que destruyeron. Mientras tanto, en esas nuevas galeras en que se convirtieron los sótanos de los hoteles, el esclavismo light florece. Un ejército de camareras, valets, choferes, mucamas y lavaplatos muele en los trapiches españoles el azúca con que los mayorales endulzan su inconciencia. Y sobre los escenarios del mundo, los músicos entretienen a la clientela "acubanada".

Celia Cruz, y Pedro Motica de Algodón, son los cimarrones del socialismo. Así los verán las nuevas generaciones que ya no entiendan el sentido de su grito de ¡Azúca!: como esclavos liberados, como la imagen, retrospectiva, del futuro.

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