www.cubaencuentro.com Martes, 07 de octubre de 2003

 
  Parte 1/2
 
Con voto y sin voz
Juicios simbólicos, señales fantasmas. El continuismo de George W. Bush en su política hacia Cuba.
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

Si algunos votantes en Miami afirman tener una buena memoria es bueno escucharlos. Siempre vale la pena despertar de un largo sueño. Cualquier elector tiene el derecho a reclamar si el partido por el que votó lo defrauda. Lo malo es que muchas de esas quejas resultan decepcionantes. Adolecen de una gran incapacidad, no para ver el futuro, sino para comprender el presente. Lo que es peor, demuestran un empecinamiento malsano en convertir la solución cubana en un simple problema electoral. Hacen vulgar la forma más adecuada de enfrentar a Fidel Castro, transformándola en sinecura política. Están dispuestos a un ajuste de cuenta, siempre y cuando no sean colocados a un lado. Lo patético es que —como no tienen mucho que ofrecer a cambio— se conforman con cualquier migaja.

Radio Martí
Pedro Roig, nuevo director de Oficina de Transmisiones hacia Cuba.

Cuando se devolvió a Cuba al niño Elián, quedó claro que el exilio tradicional había perdido poder en Washington. Esa derrota no produjo un cambio saludable en la forma de enfrentar la nueva realidad política. La respuesta fue encerrarse en un justificado sentimiento de traición. Lo único positivo fue que se abrió el camino para la disidencia en Miami. Pero a nivel de votante, el resultado se tradujo en que la mayoría de los exiliados se acogieron (una vez más) al papel de víctimas.

Cuando los exiliados se convirtieron en una minoría influyente en la política exterior, lograron una victoria que siempre significó la amenaza de confundir un logro con una conquista permanente. Las circunstancias mezclaron la realidad y el espejismo por un tiempo. Les hicieron creer que eran únicos.

Con la administración de Bill Clinton se multiplicaron los esfuerzos para demostrar lo contrario. El gobierno de George W. Bush —el más mentiroso y demagogo que ha conocido esta nación desde la época de Richard Nixon— se ha caracterizado por gestos llamativos e ineficaces hacia la situación cubana, que sólo resultan adecuados para mantener el statu quo en la Isla: éste es, en última instancia, el verdadero objetivo a cumplir.

Hasta ahora no ha cambiado la política hacia la Isla, tras la última formulación de Clinton. Una formulación que no fue más que una serie de medidas torpes y apresuradas, en respuesta a determinadas acciones de Castro: una Ley Helms-Burton que no se ha puesto en práctica a plenitud —lo mejor que puede haber ocurrido al respecto— y un acuerdo migratorio que dejó mucho sin resolver. Quienes votaron por un cambio —no importa lo erróneo de su pedido—se han quedado con las ganas.

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