www.cubaencuentro.com Martes, 07 de octubre de 2003

 
  Parte 1/2
 
Las estrategias de Favorino
¿Dogmatismo totalitario o complicidad? Una reflexión sobre los intelectuales y el poder en Cuba.
por JOSé ANíBAL CAMPOS, Madrid
 

El reciente deceso de la centenaria cineasta alemana Leni Riefenstahl, trae de nuevo a debate un viejo tema: el de la complicidad del intelectual que pone su talento, su obra y su prestigio al servicio de un régimen dictatorial. Leni Riefenstahl fue amiga personal de Hitler (algunos la llamaban "su musa") y en los años del poder nacionalsocialista se dedicó a glorificar el régimen y la ideología nazis en filmes como El triunfo de la voluntad (un documental sobre el Congreso del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, en Nuremberg, en 1934) y Olimpia (un largometraje en dos partes sobre los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936).

El ventrílocuo
El ventrílocuo (Reinaldo Pagán Avila).

Los indiscutibles méritos de la forma en sus películas jamás pudieron compensar el detestable contenido ideológico de las mismas. Finalizada la guerra, la Riefenstahl se vio acosada por todo tipo de críticas y se refugió —hasta su reciente muerte— en una ingenuidad que a muchos les pareció impostada, en virtud de la cual alegó siempre a su favor. Aludía un total desconocimiento sobre los crímenes cometidos por el régimen hitleriano.

La noticia no tendría mayor trascendencia para nosotros, si no se tratara de un tema que afecta muy de cerca a los cubanos de hoy. Sea cual fuere el desenlace de la crisis cubana actual, es de suponer que un debate similar se suscitará en la Isla en un futuro no muy lejano.

De hecho, en los últimos años, la burocracia cultural cubana ha admitido cierto margen de debate en torno a la represión cometida contra varios intelectuales en las décadas de los sesenta y setenta, el llamado "quinquenio gris" (que, como ya se ha dicho, para algunos duró más de un quinquenio y fue algo más que gris). Ese relativo reconocimiento de atropellos pasados ha ido acompañado de la reivindicación pública de escritores y artistas, otrora víctimas de esa represión y de la publicación de obras que fueran objeto de una férrea censura en ese período. Importantes escritores como Antón Arrufat o César López han sido, incluso, galardonados con el Premio Nacional de Literatura, una distinción no por tardía menos merecida.

Sin embargo, prevalece con sospechosa reiteración la tendencia a presentar ese oscuro capítulo de la historia cultural cubana como una etapa ya superada, culpando de ello a un grupo de funcionarios extremistas, nunca mencionados, que en su momento abusaron del poder de que fueron investidos entonces, al aplicar medidas draconianas por decisión propia, un argumento que, dicho sea de paso, sólo podría convencer a quien no conozca cómo funciona el poder en Cuba.

Ningún funcionario público en la isla caribeña ha tenido potestad en estas cuatro décadas para adoptar o aplicar —por su cuenta— políticas que no hayan sido previamente dictadas desde lo más alto. Este es un fenómeno que no es exclusivo de Cuba, sino afín a todo régimen totalitario.

En su excelente biografía sobre Adolf Hitler, el historiador británico Ian Kershaw describía del modo siguiente el estilo de gobernar del dictador alemán: "La forma de gobierno personalizado de Hitler invitaba a iniciativas radicales desde abajo y les ofrecía respaldo, siempre que estuvieran en la línea de sus objetivos, definidos de una forma muy amplia. Esto fomentaba una competencia feroz a todos los niveles del régimen, entre organismos rivales y entre individuos dentro de esos organismos. En la selva darwiniana del Tercer Reich, la vía hacia el poder y el ascenso pasaban por adivinar la 'voluntad del Führer' y, sin esperar instrucciones, tomar iniciativas para impulsar lo que se suponía que eran los objetivos y los deseos de Hitler. Para los ideólogos y funcionarios del Partido y para los 'tecnócratas' del poder de la SS, 'trabajar en la dirección del Führer' podía tener un sentido literal. Pero, metafóricamente, los ciudadanos ordinarios que denunciaban a sus vecinos a la Gestapo, desahogando a menudo el resentimiento o la animosidad personal a través de la difamación política, los hombres de negocios felices de poder aprovechar la legislación antijudía para librarse de competidores y muchos otros cuyas formas diarias de cooperación a pequeña escala con el régimen se produjeron a costa de los demás, estaban, fuesen cuales fuesen sus motivos y de modo indirecto, 'trabajando en la dirección del Führer'".

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