www.cubaencuentro.com Martes, 07 de octubre de 2003

 
  Parte 1/5
 
Una herida abierta
Allende, Pinochet y Castro. A treinta años del golpe de Estado, historia y discordia se mantienen vivas entre los chilenos.
por MIGUEL CABRERA PEñA, Santiago de Chile
 

A pesar de las tres décadas transcurridas, Chile continúa dividida en dos: los que tienen el corazón atravesado por una lanza invisible, que se desclavará acaso en la tumba, y los militares y sus aliados, que de un modo u otro expían la trágica circunstancia en que la historia los puso. Muchas veces, cuando se discute el tema, el odio invade, casi se toca.

A. Pinochet y S. Allende
Pinochet, Allende. 18 días antes del golpe.

Este año se cumple el trigésimo aniversario del golpe de Estado que perpetrara el general Augusto Pinochet contra el presidente constitucional Salvador Allende. El 11 de septiembre de 1973 el país se hallaba verticalmente sajado entre izquierda y derecha, que se combatían sin tregua y sin detenerse en medios, con tal de que sirvieran para apalear al contrario.

A esta altura de la crisis, el masón y médico socialista que había ganado en su cuarta postulación presidencial tres años antes, parecía sin salida y no faltaron mujeres que ofendieron en la cara a los militares —llamándoles hasta maricones— por no ponerle fin a aquella alteración inusitada de la lógica política, a las largas colas, al pan que escaseaba, al mercado negro, a la inflación cósmica, a las tierras y fábricas invadidas, a la improductividad y a las causas, en suma, por las que el país se debatía contra sí mismo como una fiera.

Grupos armados de un bando y otro; atentados, asesinatos de figuras públicas, piquetes que se enfrentaban en plena calle y cadáveres calientes entre la turbamulta de gritos; disparos, alaridos, amenazas y sollozos se alternaban en los noticiarios. El término medio era una ilusión. En el silencio de las iglesias de esta nación eminentemente religiosa, los feligreses pedían una intervención del cielo que devolviera al ser humano a su condición, un destello que apaciguara los miocardios desalados.

La prensa, por su parte, era el espejo incendiario y muchas veces soez de lo que sucedía. Titulares a página entera llamaban circo a la Corte Suprema, y a El Mercurio, "el perjurio". Muchos sacerdotes no podían ser menos que satanases, y Allende no pasaba de un mujeriego alcohólico de gustos burgueses. Su tinto predilecto cargaba en su nombre, Casillero del Diablo, el signo de los tiempos.

Se asegura que Allende no cayó el 11 de septiembre, sino antes, cuando los dueños de camiones y otros gremios paralizaron el país en octubre de 1972. No se habían apagado los ecos de esta protesta y ya los poetas no hacían versos y los pintores habían tirado a un rincón caballetes y acuarelas. La música, como alfombra espiritual que había sido de los sesenta y de más de dos años de la Unidad Popular, carecía ya de importancia. Algunos grupos y solistas, sin embargo, no ahogaron su voz en la clásica copa de ajenjo y comenzaron, en vez de sensibilidades, a echar chispas. Un toque de arte se estrena en el país, en 1973, con Jesucristo Superestrella, una versión donde el protagonista, en lugar de místico y manso, gesticula y canta con indisimulada virulencia.

Cierta izquierda, por si fuera poco, exigía más radicalidad a Allende y no se sentiría representada por él. Le hizo al cabo la guerra, casi con igual saña que la derecha. Los oficiales, por su parte, andaban nerviosos en los cuarteles, entre un fuego cruzado, donde tal vez lo único realmente inteligible brotaba de su origen de clase, a la cual rinden pleitesía a la postre, con las excepciones de siempre.

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3. Los bombardeos comenzaron...
4. Una nada despreciable sección...
5. A pesar de tales mejorías...
   
 
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