www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
  Parte 1/3
 
Lo que le faltó a Carpentier
El autor de 'El reino de este mundo' no percibió las aberraciones de una Cuba congelada, víctima de una visión unipersonal de lo real maravilloso.
por GILBERTO CALDERóN ROMO, México D.F.
 

Alejo Carpentier encontró en América, y particularmente en el Caribe, la clave para relatar mundos fantásticos en los que el tiempo-espacio se mueve a voluntad del escritor en planos fragmentados, circulares, simultáneos, o donde el flujo de la existencia corre hacia delante o hacia atrás. Atribuyó a la naturaleza americana la esencia de lo real maravilloso, que se distingue del surrealismo porque es éste —según su leal saber y entender— una fabricación artificial y no un producto natural como su descubrimiento americano: una mezcla de símbolos, mitos y leyendas, que están imbricados en la realidad del nuevo continente.

Cartel
Castro: ¿pasos perdidos en el viaje a la semilla?

Si en El reino de este mundo el autor cuenta los avatares de un Haití empeñado en realizar sucesivas revoluciones para caer siempre en nuevas dictaduras, en Viaje a la semilla hace que don Marcial, el hacendado Marqués de Capellanías, con "el pecho acorazado de medallas", emprenda un camino desde su muerte hacia el momento de su nacimiento, en el instante en que regresa a la Nada.

Carpentier mismo, escritor de la diáspora, atendiendo al refrán de que "en tierra de ciegos el tuerto es rey", regresa de Venezuela a La Habana en 1959, con la revolución triunfante. En ella va a reinar —ante guerrilleros y guajiros— su erudición, así como su prestancia y su particular uso del español como si lo hubiera aprendido en las orillas del río Sena.

Arriesgamos aquí la hipótesis "ahistórica" de que si este episodio no hubiera sucedido, si Carpentier se hubiese quedado en Venezuela —donde residía—, pudiera haber tenido la distancia suficiente para contemplar el fenómeno revolucionario cubano como parte de su obra fantástica y literaria. Dicho proceso cabe dentro de las categorías de lo real maravilloso, y la propia biografía de su dirigente, Fidel Castro, podría relatarse a partir de cierto momento como una secuela de Viaje a la semilla.

La revolución cubana puede concebirse como un laboratorio de lo absurdo, que desafía a la realidad a lo largo de casi media centuria: un personaje obstinado cautiva la imaginación de un pueblo y de un entorno internacional que se subyuga a sus designios. El proceso político se realiza con una pequeña nómina de combates y de víctimas; triunfan en él los rebeldes de la Sierra, que son los primeros que libran y ganan una batalla mediática, casi sin guerra. El sacrificio mayúsculo lo hacen —ellos ponen los muertos— los protagonistas del clandestinaje urbano, que, a la postre, no llegan sino a escalones secundarios del poder y son desplazados con encono. Una revolución que hacen los liberales y de la que se apoderan los comunistas del círculo interior del Ejército Rebelde.

La facilidad con la que la retórica fidelista vence y convence en los primeros tiempos, persuade al dirigente de que la historia puede seguir los mandatos de su voluntad y que él —nuevo Mesías— va a transformar el mundo; el cual se plegará a su terca determinación. La realidad no es cómo es, sino cómo él se la imagina y será cómo él quiere que sea: pierde su piso y se traslada a las células cerebrales del Comandante. En el juego de espejos invertidos sólo ocurre lo que transita por su mente y el entorno ha de someterse a los vuelcos de su imaginación.

Nada escapa a los arranques de una mente en ebullición como la de Castro, ni la agricultura, ni la ganadería, ni el manejo de la industria o las propiedades del papel moneda. Los más disparatados programas se suceden uno tras otro, en plan de reinventar la economía y someterla a las reglas de su voluntad: una suerte de "cordón agrícola" en torno a La Habana, para arrebatar bejucos y malas hierbas a la naturaleza y sembrar café, caña, cítricos o lo que se ordenara desde Palacio. La experimentación con razas bovinas (cebú, Holstein, Santa Gertrudis, etc.) en el afán del Comandante de inventar un animal que produjera leche y carne en cantidades masivas. En este punto fue aún más lejos: ordenó al Instituto de Biotecnología la creación de una raza enana de vaca lechera para criarla en las casas.

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