www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
   
 
Alzar la vista
Aunque ya se han dado los primeros pasos hacia una reconciliación nacional entre cubanos, la etapa más difícil aún estar por venir.
por MARIFELI PéREZ-STABLE, Miami
 

La recién creada comisión de apoyo a una Cuba libre ha sido criticada por sectores de la oposición en la Isla y el exilio. Aunque moleste que EE UU se proyecte sobre un futuro que no es suyo para decidir, lo cierto es que —quienquiera que sea presidente— este país debe prepararse para la transición cubana.

George Bush
Secretario de Vivienda Martínez (dcha), Powell, Bush.

La comisión, liderada por Colin Powell y Mel Martínez —dos personas sensatas—, busca calmar la intranquilidad que una parte del Miami cubano siente ante la política de la Casa Blanca hacia La Habana. Rejuegos electorales aparte, la comisión pudiera examinar la política de EE UU con seriedad y ponderación. En su encuentro con Powell a principios de este año, Oswaldo Payá advirtió la necesidad de "desamericanizar" el problema cubano. Si de avanzar los intereses nacionales estadounidenses —y no sólo los de la administración— se tratara, los comisionados empezarían a concebir una nueva política partiendo de la sabia advertencia de Payá.

Aunque no haya sido pensada con ese propósito, la política de facilitar los contactos de ''pueblo a pueblo'' en los noventa, propició una suerte de desamericanización. Hoy por hoy la diáspora ocupa la primera fila del compromiso constructivo con el pueblo de Cuba: visitas familiares, llamadas telefónicas, encuentros religiosos, envío de remesas e intercambios culturales, académicos y profesionales. Desde la sociedad civil —dentro y fuera de Cuba— la brecha que alguna vez pareció insalvable se ha ido cerrando y, por consiguiente, ya dimos los primeros pasos hacia la reconciliación nacional.

Pero hace falta dar otros pasos —más difíciles y contundentes— que aún no están a nuestro alcance: los del diálogo que conduzca a un pacto cubano de convivencia y paz bajo el amparo de un Estado de derecho. El absolutismo del gobierno cubano es, por supuesto, el obstáculo mayor para ir haciendo esos caminos. La última década, no obstante, recogió frutos que nos servirán para ese diálogo: en Cuba y en el exterior, la oposición trabó entre sí fuertes vínculos basados en el reconocimiento de que los principales actores de la transición son los cubanos de la Isla.

Tarde o temprano, llegaremos a la coyuntura de un diálogo genuino. Alrededor de la mesa del renacimiento nacional se sentarán numerosos actores, entre ellos, la oposición en la Isla, la Iglesia Católica y sectores del exilio.

La Cuba oficial —que para entonces habrá perdido su afán de monólogo— ejercerá, claro está, un papel fundamental. Ese diálogo, después de todo, no tendrá otro objetivo que establecer nuevas reglas para el traspaso o el compartimiento del poder.

Por vivir en la Cuba profunda, la oposición interna, la Iglesia Católica y otros actores en la Isla están sensibilizados con las complejidades políticas y personales que inevitablemente acompañarán a la transición. No así, en mi opinión, el exilio. La cara dura de la Cuba oficial actual —arrogante, altanera, impositiva— no guarda misterio alguno en ninguna parte: no concibe ceder el poder pero, inexorablemente, se le irá de las manos.

La otra cara, por el contrario, es pobremente entendida en el exterior: las nutridísimas zonas grises —integradas mayormente por cubanos capaces y de buena voluntad— que hoy viven en silencio a la sombra del poder, pero que, finalmente, saldrán a la luz del día. Son la contrapartida orgánica de la oposición, dentro y fuera de Cuba, comprometida con una transición pacífica y pactada entre cubanos. Estas zonas crecen día a día y ni EE UU ni el exilio las tienen suficientemente en cuenta.

Volvamos a la desamericanización instada por Payá. A mi juicio, ésta requeriría superar los binomios estériles del embargo y alumbrar una tercera vía. De cierta manera, nuestro problema ya está desamericanizado: la política de EE UU responde al Miami cubano y, por tanto, sobre nosotros recae una responsabilidad singular. Me temo que no la asumiremos, por la coyuntura electoral y porque el statu quo nos es más cómodo. Así y todo, por una Cuba democrática, deberíamos alzar la vista y abrir nuevos caminos.

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