www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
  Parte 1/2
 
El nudo gordiano
Castro reconoce que el embargo es un fracaso, sin embargo persiste en atribuirle todos los males habidos y por haber.
por MIGUEL CABRERA PEñA, Santiago de Chile
 

James Carter dijo claramente en La Habana que Cuba tenía relaciones comerciales con más de cien países, pero el régimen caribeño continúa su viejo llanto contra el embargo. Entre puchero y puchero, Fidel Castro afirma que su sistema está cada vez menos aislado, que la solidaridad internacional no decae y que en definitiva el "bloqueo" es un fracaso, en primer lugar porque la revolución, es decir, él, continúa desgobernando, en los sentidos más diversos y extravagantes, las vidas de sus compatriotas.

Pedro Álvarez
Cuba y EE UU: ¿guerra económica o negocios fraternales?

Se sabe —ha pasado demasiado tiempo para no darse cuenta— que el embargo no ha ofrecido los resultados de quienes lo fundaron y todavía lo auspician, pero lo que nadie conoce a ciencia cierta es qué sucederá, políticamente hablando, si se levanta. En la oposición interna, como en Miami, los campos, en pro y en contra, están bien deslindados.

Dos grandes polos enseñan aquí sus hielos. Los que tienen en cuenta que el pueblo de Cuba viva un poco mejor y quienes calculan que el cese de la presión robustecerá, inflará los impulsos, no ya de Castro —más seguro en el plano interno—, sino hasta de aquellos que lo sustituyan, una vez cumplido lo que se ha dado en llamar su ciclo biológico. Nos hallamos ahora entre un poco más de comida en el plato y la prolongación, sin esperanza, de que cuando Fidel Castro esté muerto acabará el régimen. En tales aguas navega, errático, el barco isleño.

Por si fuera poco, un Congreso norteamericano señoreado por republicanos vota por los viajes libres a Cuba de sus ciudadanos, sin poner condición alguna —la libertad de los presos políticos, por ejemplo— a la propuesta. Muchos esperan, con ansia no ocultada, que el presidente George Bush, punto cúspide de la polémica, vete la decisión de los legisladores.

Otras impresiones, más particularmente estadounidenses, abren puertas de nuevos laberintos. Relevantes personalidades temen la tormenta que sobrevendrá con un "hasta aquí" presidencial en contra de lo que la mayoría republicana, en definitiva, decidió, y para evitarlo piensan extraer en silencio los viajes de las leyes aprobadas. Esto se daría en el ámbito de las tradicionales negociaciones que se producen después de legislar en el Congreso. Pero así, amén de ascender al cenit de sus glorias las tortuosidades del embargo, se le clavaría una larga astilla a la democracia norteña, que aun si renquea, millones no le niegan su fe. Sería como una burla para la instancia decisiva de la libertad en Estados Unidos.

De aquí, empero, se descuelga otro racimo. Si Bush veta los viajes, saldrá a toda luz la pleitesía que rinde a la derecha en Miami, atacada, con razón y sin ella, desde muy distantes geografías políticas. Pero si se elimina la medida, parecería que los republicanos fieles al mandatario manipulan el proceso para ignorar la voluntad mayoritaria de ambas cámaras, señalan despachos de prensa.

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