www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
  Parte 2/2
 
¿Una batalla más?
De cómo el régimen castrista elimina a sus adversarios. La cacería antidrogas, un nuevo pretexto represivo.
por JAIRO RíOS/ORIOL PUERTAS, La Habana
 

Ya se sabe qué sucede con la prensa en una sociedad totalitaria. No es necesario reiterar cuánto oculta, cómo rehuye el debate, la confrontación de criterios opuestos. Jamás ha denunciado la prensa las tropelías policiales, los juicios a modo de farsa, las violaciones de los derechos más elementales del hombre. No tiene por qué hacerlo en estos casos si su modo de actuar anda muy lejos del compromiso humanitario con su pueblo.

A la hora de hacer el recuento vital de quien ofrece su testimonio, a manera de escarmiento, casi siempre sucede que el elegido adquirió el vicio en el ambiente del barrio donde vive. Pero, cuidado, la prensa nunca ha admitido la existencia de zonas marginales. Lo que en ellas sucede jamás llega a ser titular ni objeto de polémica alguna.

Curiosamente, no aparecen entre estos adictos, por ejemplo, algún ex combatiente de Angola, un joven desmovilizado del Servicio Militar que adquirió el vicio en la unidad, mucho menos un militante comunista. Ellos entran por la puerta ancha del cacareado sistema de salud cubano y, gracias a esa "efectividad" que le caracteriza, salen tan limpios que lucen asépticos. Entonces se gradúan en los llamados Grupos Rehabilitadores, se vinculan a los programas que ahora organiza la Juventud Comunista —clubes de computación, títulos universitarios para el que quiera y un largo etcétera— y fin del cuento.

Para la (i)lógica del pensamiento castrista, no se puede permitir el lujo de entrar en muchos detalles sobre lo que ellos denominan "partes blandas de la sociedad". Tampoco pueden esgrimirse razones que denuncien los traumas del caos social que vivimos, a la ausencia de opciones y perspectivas, a la desesperanza que consume a muchos cubanos. No se divulgan las tasas de suicidios ni el índice de alcoholismo, máxime cuando se sabe del velo de misterio que ronda a aspectos tan sensibles para el ser humano.

Pero ya el tema de la drogadicción comenzaba a ser molesto. Para combatir el flagelo, las autoridades se arrogan el derecho de imponer las regulaciones que consideren, sin mediar discusiones. Para colmo, nadie conoce el texto de esas leyes, no se publican, no se difunden. A los miles de encausados en todo el país, además de las largas condenas que sufren, se les confiscó la vivienda, los automóviles, equipos eléctricos y hasta bicicletas, sin importar en qué condiciones quedó el resto de la familia.

No se trata, a todas luces, de una batalla más. El tema del tráfico de estupefacientes en el área geográfica de la Isla se torna escabroso, sobre todo cuando, por su cercanía a Estados Unidos, puede ser utilizado como pretexto para una intervención militar. Pero los métodos para combatirlo en Cuba se ajustan estrictamente al modo de proceder de una dictadura totalitaria, en la que nada es transparente. Sumémosle entonces lo de la doble moral, que pretende taponar —en la práctica y con discursos deificadores—, otro flagelo tan grave como la droga y consustancial a ésta: la corrupción.

Pero de eso no se habla.

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