www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
   
 
Elogio del menchevismo
¿Revolución o reforma? La transición postcomunista en Cuba.
por RAFAEL ROJAS, México D. F.
 

En los primeros días de octubre nos reunimos en Berlín varios intelectuales y académicos cubanos y de Europa central y oriental, convocados por la New School University de Nueva York, la Universidad Humboldt y la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana. Será difícil olvidar las sugerencias y consejos que, a partir de sus propias experiencias como intelectuales públicos involucrados en transiciones democráticas, nos dieron nuestros célebres colegas europeos.

A. Michnik
Adam Michnik, ex disidente y director de la 'Gaceta Wyborcza', Polonia.

La importante filósofa y socióloga húngara Agnes Heller, alumna de Gyorgy Lukacs y Hannah Arendt, habló del carácter efímero de las revoluciones y de la importancia de olvidar ciertos eventos del pasado autoritario para avanzar hacia la construcción del nuevo orden democrático. El gran politólogo alemán Claus Offe, autor de Varieties of Transition (1996), llamó la atención sobre la importancia de los accidentes y las oportunidades en el proceso de cambio de régimen. El profesor de Oxford Lawrence Whitehead, experto en transiciones latinoamericanas, insistió en la necesidad de no abrir demasiado el horizonte de expectativas y de trazar metas alcanzables.

La más instructiva y emocionante intervención del coloquio fue, a mi juicio, la del lúcido intelectual polaco Adam Michnik, veterano de Solidaridad y hoy director de la Gaceta Wyborcza, la más influyente publicación de la nueva Polonia. Michnik reiteró en Berlín su conocida fórmula de "amnistía sin amnesia", como la mejor manera de atraer a la burocracia reformista hacia la senda del cambio y de aislar a los núcleos intransigentes del poder. En este tenor, Michnik alertó sobre lo perniciosas que resultan, en la primera etapa de la transición, las estrategias maximalistas de la oposición, caracterizando a estas como los peligros de un "anticomunismo con rostro bolchevique".

Tiene razón Michnik. También en el proceso cubano es detectable una oposición maximalista, un anticastrismo bolchevique. ¿Qué tipo de anticastrismo es ese? Ni más ni menos aquel que juega a todo o nada, a ganar sin costos, a controlar los hilos de la transición, a llegar al poder de un golpe. No insinúa Michnik, por supuesto, que la oposición se estanque en un proceso de pequeños pactos irrelevantes, en los que el gobierno sólo ofrezca migajas. Se trata de llegar a una verdadera transacción con la suficiente autoridad moral y política como para imponer condiciones.

Michnik, quien proviene de la izquierda postcomunista, usa la palabra "bolchevismo" con plena conciencia etimológica. Como es sabido, el debate entre opciones maximalistas y minimalistas dominó los orígenes de la socialdemocracia europea. En Alemania, durante los debates del programa de Erfurt, en 1891, quedaron zanjadas las posiciones de Kautsky, a favor del programa máximo del socialismo, y de Bernstein, partidario de un avance gradual, paso a paso. En los años previos y posteriores a la Primera Guerra Mundial, Kautsky y su principal discípula, Rosa Luxemburgo, terminarían dándole la razón a Bernstein: al socialismo debía llegarse por medios democráticos y la democracia no era más que un conjunto de reglas que impiden, precisamente, la realización de programas políticos extremos.

Aquella disputa tuvo su versión rusa en el Segundo Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata celebrado en Londres, en 1903. Lenin pensaba que el partido debía ser una organización de políticos profesionales, plenamente entregados a la causa revolucionaria y ciegamente leales a sus dogmas primordiales. Mártov, en cambio, pensaba que la membresía al partido debía concebirse desde principios ideológicos y políticos menos rígidos, más flexibles, para así facilitar la comunicación con otras asociaciones. Como es sabido, la propuesta de Lenin ganó la mayoría (bolshinstvó, en ruso) y desde entonces a su corriente se le llamó bolchevique.

Pero si bien el término bolchevismo surgió de una disputa en torno a cuestiones organizativas y de una elección mayoritaria dentro de un partido, en la historia política comenzó a asociarse muy pronto al maximalismo, la intransigencia, el jacobismo, la radicalidad, esto es, a una concepción revolucionaria de la sociedad y el Estado.

Frente a esa acepción, el menchevismo se resemantizó como una opción moderada, evolutiva, centrista, gradual, templada, en suma, reformista. Despojadas estas corrientes de la connotación marxista que le imprimían sus actores, bolcheviques y mencheviques han devenido dos polos, similares a jacobinos y girondinos o revolucionarios y reformistas.

La historia de Cuba, como sabemos, está saturada de políticas revolucionarias. De manera que lo mismo desde el viejo poder que desde la nueva oposición, los proyectos con mayores posibilidades de atraer a una ciudadanía harta de violencia y extremismo serán aquellos que ofrezcan un compás racional de cambio, una transición pacífica y negociada a la democracia.

Si un régimen totalitario como el de Fidel Castro fue construido por bolcheviques caribeños, que se propusieron transformar radicalmente una nación, alterar bruscamente un país, entonces la democracia cubana deberá ser construida por sujetos de otra estirpe.

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