www.cubaencuentro.com Martes, 27 de enero de 2004

 
  Parte 2/4
 
La mordida del tigre
¿Inmolarse o vivir? El coronel Pedro Tortoló demostró que las órdenes de Castro son transgredibles, sobre todo si atañen a un holocausto.
por MIGUEL CABRERA PEñA, Santiago de Chile
 

Si Castro pudo equivocarse, Tortoló no. Cálculos de este tipo estaban bien metidos en su especialidad, y él tendría ocasión de comprobar in situ que lo habían mandado a capitanear un suicidio colectivo, sin esperanza alguna. Era una latitud diferente pero un escenario igual, en esencia, a la trampa que había desandado en Bolivia Ernesto Guevara. El error en la designación sería, paradójicamente, un beneficio en vidas conservadas para el país, pues sólo murieron 24 cubanos de un total de 784.

Prisioneros
Cubanos que desobedecieron las órdenes de Castro.

¿Quién dice que un grupo de obreros, por el hecho de ser cubanos, lesiona la moral propia y la de su país si se marcha de un lugar que va a ser militarmene invadido por Estados Unidos? Esta fue la principal excusa de Castro para mantenerse en Granada, cuando cualquier gobierno lo primero que exige es la salida de sus ciudadanos de países en peligro de guerra, venga ésta de donde venga. No es tema político, sino humano.

El tipo de armas que poseían los cubanos, su vejez y el bajo calibre de las mismas serían violines comparadas con la masiva maquinaria bélica puesta en función por el Pentágono. Los isleños, constructores en su mayoría, no contaban con entrenamiento suficiente —ni físico ni en conocimientos— para lo que sobrevendría. Por si fuera poco, debían defender el aeropuerto que estaban construyendo —diría el propio Castro por la televisión—, con lo que se suprimía todo intento de movimiento táctico. Además, Castro expresó públicamente que los cubanos nunca atacarían primero, sino que se defenderían. Al conejo, en suma, lo obligaba a esperar la mordida del tigre.

Si a Tortoló transmitió en privado ideas distintas, Castro mentía, desembozadamente, a Cuba y el mundo. Su subordinado, sin embargo, sería un rehén de tal duplicidad.

Como estratega, el "comandante" ha olvidado más de un vez aquel dicho de Lenin en torno a que en una guerra o se avanza o se retrocede, es decir, que las medias tintas no existen. Su empantamiento en Angola y el resultado en la isla caribeña son consecuencia de ese olvido. Seguramente confundió esta batalla con lo que llama "resistencia" en la circunstancia política cubana. Arduo resulta adivinar dónde se oculta la maravilla de su cerebro de estratega, tan publicitada.

Es imposible pensar que Castro creyera que los estadounidenses no tomarían el aeropuerto por la sencilla razón de que había allí un grupo de hombres dispuestos a la muerte secuaz en observancia de la promesa pública del caudillo. Tal conjetura se estrella contra el hecho incuestionable de que la toma del aeropuerto constituía uno de los objetivos primordiales de la invasión, que la Casa Blanca miraba como una escala para el trasiego de tropas y armamentos hacia distintos confines.

La historia colocó a Tortoló delante de un cruce de destinos, persuadido como estaba del crimen que implicaba proseguir el combate. De continuar la resistencia, exponía a sus compatriotas a ser víctimas de una carnicería total, que era lo que deseaba Castro: la inmolación. De quedarse en semejante ratonera, si no moría a mansalva, obligatoriamente sería tomado prisionero, con todo lo que eso significaba para un oficial de su cargo y jerarquía. Decidió entonces burlar individualmente el cerco y más tarde introducirse en la embajada soviética en Saint George's.

Pero si se supone que milagrosamente Tortoló hubiera sobrevivido a la pugna que anhelaba Castro y hubiera conseguido arribar a su país, ¿cuál sería el recibimiento, luego de perder a sus hombres en la encerrona? ¿No hubiera sido de todas formas un jefe derrotado? En este caso, la orden de Castro quedaría meridianamente en entredicho y los "errores" y "cobardías" de Tortoló, esta vez por perder a sus subordinados, se hubieran inventado de igual manera.

El oficial optó por la honradez militar y humana en tales circunstancias. Difícilmente, por cierto, un hombre de su talento no entrevió al menos, desde el primer instante, lo que le esperaba en La Habana. Pero su imaginación estaba lejos de alcanzar las cimas de la capacidad demoledora de Castro.

Un factor a tener en cuenta es que el coronel protagonizó en Granada la acción individual quizá más trascendente de la historia cuartelaria cubana desde 1959. Demostró que las órdenes del "comandante" son transgredibles, sobre todo si atañen a un holocausto. Un día los cubanos le agradecerán en voz alta su lucidez, su conciencia en aquellos instantes. Y la del ex coronel no es precisamente una lección para el pretérito de nuestra historia.

1. Inicio
2. Si Castro pudo equivocarse...
3. Aunque las comparaciones...
4. En el oscuro proceso...
   
 
EnviarImprimir
 
 
En Esta Sección
El hijo bobo de los rusos
ENRIQUE COLLAZO, Madrid
Verdades e inocencias
JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
Poderes sordos
LEONARDO CALVO CáRDENAS, La Habana
Editoriales
Sociedad
Cultura
Internacional
Deporte
Opinión
Desde
Entrevista
Buscador
Cartas
Convocatorias
Humor
Enlaces
Prensa
Documentos De Consulta
Ediciones
 
Nosotros Contacto Derechos Subir