www.cubaencuentro.com Martes, 27 de enero de 2004

 
  Parte 4/4
 
La mordida del tigre
¿Inmolarse o vivir? El coronel Pedro Tortoló demostró que las órdenes de Castro son transgredibles, sobre todo si atañen a un holocausto.
por MIGUEL CABRERA PEñA, Santiago de Chile
 

En el oscuro proceso de desviar la culpas y hacer pagar la desobediencia, se transformaría a Tortoló en un cobarde, y las pruebas de esa cobardía no podían faltar. La maquinaria propagandística del régimen le enfiló sus cañones. Tal maquinaria influyó también, desgraciadamente, sobre buena parte de la población, a la cual se le describió Granada como una defensa del territorio nacional, el honor cubano y, desde luego, el internacionalismo socialista, mientras escarbaba en los más hondos sentimientos patrios y humanos.

Los hechos se distorsionaron, se inventaron posibilidades de mayor resistencia, se buscaron testigos propicios y se divulgaron —oralmente, por la prensa y en vídeos para militantes— anécdotas degradantes hasta ahora no comprobadas por ningún ojo imparcial.

Uno de los testimonios que más conmovió a la opinión nacional fue el de un caballero que dijo a la prensa —desde una silla de ruedas— estar al lado de Tortoló cuando algo explotó, pero que luego del estallido ya el oficial no estaba para ayudarlo. ¿Cómo es posible que la explosión no afectara también a Tortoló si realmente se encontraba allí?

Corrió por esos días en La Habana que una de las equivocaciones de Tortoló fue no colocar un obstáculo en la pista del aeropuerto, lo cual supuestamente impediría el aterrizaje de la aviación norteamericana. Se le "olvidó" informar al régimen que hacia ese lugar el Pentágono destinó sobre todo helicópteros artillados, capaces de aterrizar —si era necesario— en pocos metros de tierra. Quien haya presenciado la intensidad destructora de estos pájaros de fuego tendrá una idea de lo que se echó sobre los constructores. Un autor aduce que las balas de los fusiles rebotaban sobre las sólidas estructuras.

Como una acción pusilánime se divulgó el hecho de que Tortoló fuera a protegerse, luego de burlar el cerco y otras peripecias, en la embajada soviética. Retirarse de un combate perdido es la más vieja ley de la guerra, y en Granada una retirada colectiva era impensable. Políticos y militares norteamericanos ya habían advertido que su objetivo no eran los cubanos. Si existieron, fueron incluso pocas las humillaciones que recibieron como prisioneros, al punto que Castro no pudo hacer al respecto su propaganda. El coronel, en fin, no dejó a sus hombres en manos de asesinos ni mucho menos. Había un compromiso que se cumplió.

Valdría dar otra vuelta a las páginas de la historia. ¿Qué hicieron Castro y otros luego del ataque al Moncada, sino huir, postura además muy lógica? ¿Y qué hicieron los revolucionarios después de ser sorprendidos en Alegría de Pío, sino huir de manera tan desordenada que perdieron contacto entre ellos por muchos días? Chanez de Armas recuerda que se dirigió al lugar donde se dijo debía estar el Estado Mayor durante este combate, y no halló allí a jefe alguno que le diera orientaciones. Y nadie duda hoy del arrojo de varios de los que optaron por salvar sus vidas.

La vergüenza, acaso la humillación más visceral que puedan sufrir un militar y su familia, la soportó Tortoló, cuyo valor personal fue sin duda la primera característica que analizó Castro cuando lo puso como responsable del plan. Y un militar valiente no lo es hasta que no evidencia, reiteradamente, esa valentía.

Degradado y moralmente destruido, fue al cabo enviado a Angola. El autor de estas líneas escuchó en el país africano, más de una vez, que Tortoló pedía las misiones más arriesgadas o planeaba y proponía, para ejecutarlas, acciones casi imposibles, para las que no se ofrecían ni los militares más curtidos. Con uno de los jefes de la Agrupación de Tropas del Sur —fuerzas cubanas conocidas como ATS— pude convencerme de que era verdad. Este alto oficial me confesó que Tortoló lo que quería era que lo mataran, que su única ansia era morirse.

La vida de cada hombre, sin embargo, oculta siempre sus caminos finales. También salió, aunque enfermo, de la guerra en Angola. Pocos saben que ha sido de Tortoló, que desde hace bastante tiempo se dice que dejó de ser un subordinado ideológico del régimen. Pero en cualquier lugar de Cuba en que se encuentre debe ser respetado por lo que hizo —desobedecer— para salvar muchas vidas de cubanos en Granada.

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