www.cubaencuentro.com Martes, 27 de enero de 2004

 
   
 
Poderes sordos
El régimen castrista y la clase política norteamericana: el papel de cada cual en el sufrimiento de Cuba.
por LEONARDO CALVO CáRDENAS, La Habana
 

Pocas veces en la historia, enemigos tan irreconciliables han coincidido tanto en sus actitudes y proyecciones sin reparar en las consecuencias de sus actos ni en las inequívocas señales de la realidad.

Malecón habanero
Castro y Bush no escuchan, Cuba sufre.

Más de cuarenta años de contradicciones y enfrentamientos entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos nos demuestran cuánto pueden prevalecer los odios, rencores y prejuicios sobre las perspectivas de realismo político y valores trascendentes.

No huelga reiterar que el culpable esencial y máximo de la situación en que se encuentra la Isla —y que no es necesario describir— es el gobierno cubano, que antepone sus intereses de poder absoluto y eterno a su responsabilidad para con los derechos y valores humanos. La actitud de Fidel Castro no tiene justificación alguna, puesto que para respetar los derechos ajenos sólo hay que respetarlos, y la dignidad e integridad de los gobernados hay que garantizarlas con enemigos o sin ellos, con embargo o sin él.

Después de tanto voluntarismo inconsecuente y de tantos experimentos fallidos, la nación vive una espeluznante dependencia comercial del enemigo del Norte, lo cual entraña grandes peligros para el destino de la Isla. Los gobernantes cubanos se niegan a atender esta clara evidencia y a romper las mordazas y ataduras que han hundido al pueblo en el retraso y la desesperanza.

Nula atención ponen las autoridades del país al desesperado y sordo clamor de un pueblo que, imposibilitado de hacer valer criterios e intereses, trata de escapar a través de la creciente violación de la ley, con los más despreciables vicios o con una inédita y preocupante vocación migratoria que alcanza todos los sectores de la sociedad, aun los privilegiados y confiables para el régimen. Muchos rincones del mundo se han llenado de cubanos que se debaten entre las lógicas ansias de realización personal y la nostalgia por una tierra que nunca fue de emigrantes.

Del otro lado, la clase política norteamericana parece ser prisionera de una política cuyo único resultado real ha sido dotar al gobierno cubano, durante más de diez años, de una resolución de la ONU contra el embargo, mayoritariamente aprobada a su favor. Una situación que sigue alimentando la trasnochada imagen de víctima "heroica" acechada por el hostil imperio todopoderoso y que, de paso, intenta justificar el extremismo intolerante que mantiene puertas adentro.

La clase política norteamericana desatiende señales claras de la realidad y lecciones de la historia que indican que cuando no existen fuertes intereses independientes, espacios de libertad política o claras referencias cívicas en la ciudadanía, el aislamiento y la presión sólo contribuyen a aumentar el sufrimiento de los oprimidos y a afianzar los argumentos de los opresores. Baste la experiencia de Europa del Este, donde no fueron el acoso y las presiones, sino los contactos y las relaciones, los que ayudaron a crear ambientes sociopolíticos que propiciaron el avance hacia la democracia.

Por otra parte, la pretendida internacionalización del embargo norteamericano hacia Cuba es una opción improbable, mientras las leyes y medidas que lo componen amenacen la libertad de comercio y las relaciones económicas de las demás naciones.

La extraterritorialidad del embargo ha sido en la última década el principal aliado del gobierno cubano para impugnar e invalidar los esfuerzos anticastristas de las administraciones norteamericanas. Mientras el poder global de Estados Unidos sea —para algunos en el mundo— más amenazante que la cruel intolerancia de las autoridades cubanas, muy poco futuro tiene cualquier diseño de presión unilateral para intentar promover los muy necesarios cambios en la Isla.

La Habana sigue haciendo caso omiso al llamado casi unánime de la comunidad internacional, para que asuma de una vez su responsabilidad con las libertades y los derechos del pueblo cubano. La clase política norteamericana —muchos de cuyos miembros al abandonar sus posiciones oficiales se manifiestan claramente en contra de la política tradicional hacia la Isla— tampoco responde al reclamo universal de desmontar los ineficaces diseños extraterritoriales de sus medidas, que le han impedido influir con enfoques firmes, realistas y positivos en las transformaciones que inevitablemente tienen que operarse en Cuba.

Desde las plazas, los foros internacionales y las cancillerías, la humanidad clama por tan necesarias actitudes responsables y enfoques. Los poderes que todavía se atrincheran, en las dos orillas del conflicto, parecen no escuchar, mientras el pueblo cubano sigue sufriendo de impotencia y desesperanza.

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