www.cubaencuentro.com Martes, 27 de enero de 2004

 
   
 
Verdades e inocencias
En ambas orillas del charco, algunos ignoran que no basta con estar convencidos de la legitimidad de una idea para que ésta sea justa.
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

Hace muy pocos días, en cierta escuela habanera, una profesora de primer grado cumplía el objetivo —impuesto por el Ministerio de Educación— de adoctrinar a los niños en torno a lo que aquí llaman "la inocencia de los cinco héroes prisioneros del Imperio".

Mercado campesino
Cuentapropistas acosados: Héroes.

De pronto, uno de los pequeños dijo: "Maestra, mi papá también es un héroe, la policía se lo ha llevado preso por vender coquitos prietos en la calle, pero él es inocente". Otro niño pidió la palabra para declarar la inocencia de su padre, alegando que se dedicaba a fabricar jamón casero, por lo que fue a prisión injustamente y además perdió sus herramientas de trabajo.

De más está decir que aquella profesora tuvo que cambiar de inmediato el tema de su charla, no fuera que la clase se le convirtiese en una tribuna de protesta por el encierro no ya de los cinco, sino de los diez, quince o sabe Dios cuántos héroes inocentes.

Esta anécdota, verídica, por inverosímil que parezca, ilustra en sus extremos la manera en que barajamos el concepto de inocencia, halando siempre el pescado para la sartén propia. Pero no sería más que eso, otra "graciosa" pincelada de nuestro carácter, si a la vez no sirviera para comprender hasta qué niveles de cerrazón, de laberinto mental, nos va llevando la práctica de la verdad absoluta, que no sólo es falsa, sino que en su afán por abarcar, exceder, anular todo atisbo de razonamiento, enrarece y aun niega su propia coartada.

Y conste que la moraleja no es aplicable únicamente a quienes cortan hoy el bacalao dentro de la Isla, los cuales son, sin duda, padres de la intolerancia y lo absoluto, pero padres con hijos Hecatónquiros, dados a imponer verdades a estacazos en todo el archipiélago y hasta más allá, del otro lado del charco.

No basta que una idea sea nuestra para que sea justa. Y aún más, no basta con estar personalmente convencido de la justeza de una idea, para que esa idea sea justa. Pero al parecer nosotros no nos hemos enterado. Hechos a la medida y al antojo del gran progenitor, vivimos de trinchera en trinchera, enjuiciando, condenando, rechazando a priori, como si el simple hecho de tener la razón —a veces de creer que la tenemos—, nos librara de la necesidad, la elemental obligación de comprendernos unos a los otros, de tolerarnos e incluso perdonarnos, siempre que el perdón sea posible y tenga fundamento.

Por eso estamos como estamos: acaramelando la manzana(de la discordia), mientras el diablo desenrosca impunemente sus sierpes, nos tienta, cuquea y hace todo lo posible por cainizar hasta el último de los abeles.

El tema de la culpabilidad y la inocencia parece ser uno de nuestros favoritos ahora. Lo peor es que al dar por descontada la condena del máximo acusado, nos entretenemos, sustentamos roña y frustración, engrosando la lista de sospechosos, no ya con sus incondicionales de bala en el directo, sus testaferros, sus bufones a sueldo, sus chivatos sin máscara y sus agentes encubiertos, sino con cualquiera que no comparta nuestro modo de disentir y, claro, nuestros métodos, que se van acercando peligrosamente a los del máximo acusado.

De esta orilla del cuadrilátero están los que ven con ojos suspicaces a todo el que vive y se proyecta desde la otra orilla, no más que por ese simple detalle. En tanto, desde la otra orilla están los que encuentran razones para desconfiar de todo aquel que desde aquí piensa y actúa según se lo permitan, digamos, las circunstancias.

Lo curioso es que con la manía de apuntar para El Morro y tirar para La Cabaña, enjuiciando no al máximo acusado con su piara, sino a nuestros iguales, parece como si pretendiéramos dejar demostrada, por decantación, la inocencia propia.

¿Es que acaso ha dejado lugar para los inocentes este ciclón que nos azota desde hace casi medio siglo?

Sabemos que no. Y tal vez por ello los profetas vislumbran cada día con mayor insistencia un largo período de rencillas y aun de sangre en el futuro de Cuba.

En lo que a mí respecta, no comparto esa profecía. Sería absurdo que ocurriera. No únicamente porque significa una derrota avisada, la peor, la más tremebunda en toda nuestra historia, sino porque resulta fácil evitarlo. Basta que en vez de seguir haciéndole honor a Minos, juez de los infiernos, nos propongamos disentir inteligentemente, con arreglo a las leyes, no escritas, de humanismo y civilización, que eran ya pan comido en los antiquísimos tiempos de Pericles.

"Tu verdad no. La verdad. Y vamos juntos a buscarla", nos advirtió el poeta. De modo que todo está dicho. Sólo queda el apremio. Y la disyuntiva de echarnos al camino, en el cual, nadie lo dude, tendremos que ir dejando parte de nuestras verdades personales.

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