www.cubaencuentro.com Martes, 30 de marzo de 2004

 
   
 
O conmigo o contra mí
¿Podrían hoy repetirse casos literarios y políticos como 'Fuera de juego' y 'Los siete contra Tebas'?
por ORIOL PUERTAS, La Habana
 

En 1968, dos libros tildados de contrarrevolucionarios —el poemario Fuera de juego, de Heberto Padilla, y la pieza dramática Los siete contra Tebas, de Anton Arrufat— podían ser premiados y publicados. Les imponían prólogos denigratorios, claro está, pero veían la luz y hoy muchos cubanos los conservan en anaqueles personales como fragmentos de un tesoro o el ajado testimonio de una época.

Heberto Padilla y N. Fuentes
Escritores Heberto Padilla (izq.), Norberto Fuentes.

Eran otros tiempos. La literatura cubana imponía nuevos referentes y parecía conectarse con el mundo sin dejar de mirar por dentro a ese territorio convulso en que se había convertido la Isla. Cabrera Infante obtenía el Premio Biblioteca Breve en España y la primera novela de un escritor maldito, Reinaldo Arenas, rozaba el Premio UNEAC.

Otro galardón, el Casa de las Américas, trataba de hacer lo suyo. Atraía la atención de muchos autores, algunos de los cuales ya eran una suerte de monstruos, mientras otros lo serían en el futuro. En esa difícil posteridad instalaron volúmenes premiados y luego relegados como Los años duros, de Jesús Díaz; Condenados de condado, de Norberto Fuentes; Tute de reyes, de Antonio Benítez Rojo, y La noche de los asesinos, de José Triana.

Ninguno ha sido reeditado. Los gendarmes de la cultura castrista los expulsaron a todos del cuerpo sagrado de una literatura plagada de urgencias y olvidos. Tuvieron que pasar cuatro décadas para que —no sin pugilateos y casi en silencio— se decidieran a publicar una selección de la poesía de Gastón Baquero en la más importante casa editorial habanera, Letras Cubanas.

Los que se fueron no existen más, decretó el mismo militar que en 1961 atomizó la Isla con sus "dentros" y sus "fueras". Y por más que traten algunas instituciones de reincorporar aquellos nombres que el tiempo no ha podido borrar, como Jorge Mañach, Lydia Cabrera o Lino Novás Calvo, las maniobras para ocultar su legado extraordinario, para mantener en las sombras lo que pertenece sin mutilaciones al patrimonio nacional, continúan.

De alguna manera, aquellos prólogos no firmados que denunciaban desvíos ideológicos y tendencias negativas entre la intelectualidad, podían ser leídos como una incitación a la polémica. Padilla podía desquitarse publicando en las páginas de El Caimán Barbudo, a la vez, una diatriba contra cierta novelilla de Lisandro Otero y una defensa de Tres tristes tigres. Son hechos no tan aislados vistos a la distancia, pero sí muy sintomáticos.

Una cultura secuestrada y una nación para todos dividida no hace sino reproducir verticalidades, autoritarismos, silencios y exclusiones. Ya no son necesarios los introitos infames y calumniosos. Ahora los métodos, como los tiempos, han cambiado un tanto. Jamás un libro como Fuera de juegollegará a premiarse. Jamás circulará un volumen como el de Antón. Probablemente, nunca Casa de las Américas legitimará una sola página que aborde el trauma de la guerra en Angola o un testimonio sobre el jineterismo. Y si alguien se hiciera el "loco" —como se dice en buen cubano—, ya habrá manera de desaparecer el producto como si de un bacilo muy peligroso se tratara.

Cuando cualquier escritor cubano intenta salir del coro, otra vez el dedo acusador aparece. Su delito es ciertamente muy grave, gravísimo: atacar iconos revolucionarios, vincularse con revistas e instituciones extranjeras, hablar demasiado, intentar desgajar mitos… escribir cuentos, novelas, poemas o ensayos demasiado incómodos.

A cualquiera que asuma una posición así, aunque se diga que ahora es mucho más libre, la vida de hecho se le complica un poco. No sólo porque la sanción implica no ser publicado, entrevistado ni premiado en su país, sino porque en Cuba todos los trámites —desde viajes hasta el cobro de un simple cheque— corren a cargo de instituciones estatales. Cuando se hacen a título personal se gasta el doble de dinero y el triple de tiempo, además de la real posibilidad de que todo, al final, sea en vano.

En resumidas cuentas, el castrismo impuso a todos sus reglas de Maquiavelo. Aquel militar de barba rala había dicho "lean", pero comenzó por prohibir los libros. Quien decida poner los volúmenes de su biblioteca privada al alcance de su comunidad perderá los libros y su precaria libertad ciudadana: puede ganarse décadas de cárcel acusado de insumiso. Y hoy las editoriales cubanas, como el resto de las instituciones y falsas ONG del campo cultural, sobreviven, a duras penas, de espaldas a lo que en materia de artes y letras sucede en la Isla. Son otras las urgencias, excepto la de unir y reconciliar en transparencia y diálogo.

Es la práctica política de un régimen pródigo en ironías y gruesas paradojas: tiene a un poeta (Roberto Fernández Retamar) como miembro del mismo Consejo de Estado que aprueba las ejecuciones sumarias. Esa quizás sea la cabeza más visible de un aparato edificado sobre la base de la seducción sin alternativas de la intelectualidad: o conmigo o contra mí.

EnviarImprimir
 
 
En Esta Sección
La guerra de las encuestas
ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
El Big Bang
NéSTOR DíAZ DE VILLEGAS, Los Ángeles
Las cosas por su nombre
MANUEL DíAZ MARTíNEZ, Canarias
Editoriales
Sociedad
Cultura
Internacional
Deporte
Opinión
Desde
Entrevista
Buscador
Cartas
Convocatorias
Humor
Enlaces
Prensa
Documentos De Consulta
Ediciones
 
Nosotros Contacto Derechos Subir