www.cubaencuentro.com Martes, 30 de marzo de 2004

 
  Parte 1/2
 
Gabriel Zaid y los trucos del heroísmo
La Habana o Washington, Castro o Reagan. El desvanecimiento de los centros de producción ideológica de la mitología revolucionaria.
por RAFAEL ROJAS, México D.F.
 

El poeta mexicano Gabriel Zaid ha cumplido 70 años. Autor de ensayos decisivos sobre la vida intelectual y política de México en las tres últimas décadas, como La economía presidencial, El progreso improductivo, De los libros al poder y Los demasiados libros, Zaid fue, junto con Daniel Cosío Villegas, Octavio Paz y Enrique Krauze, uno de los críticos más elocuentes del régimen del PRI desde la inmensa tradición liberal mexicana. En las páginas de las revistas Plural y Vuelta, Gabriel Zaid ejerció con frecuencia la crítica
El Progreso
paralela del autoritarismo mexicano y el totalitarismo cubano: dos regímenes que, a pesar de sus diferencias, sellaron una alianza simbólica muy funcional que se deshizo a mediados del sexenio de Ernesto Zedillo. Además de la crítica al priísmo presidencialista y al castrismo socialista, asumida esta última desde los años de la represión contra el poeta Heberto Padilla, Zaid dedicó muchos artículos al análisis de las guerrillas de El Salvador y Nicaragua. Esa contribución, menos conocida, es la que quisiera glosar en las páginas que siguen.

Hace apenas veinte años, los artículos sobre las revoluciones centroamericanas que Gabriel Zaid publicó en Vuelta y que luego fueran recogidos en el último capítulo de De los libros al poder, provocaron airadas reacciones en círculos autoritarios, cercanos a los gobiernos de José López Portillo y Miguel de la Madrid y a la oposición radical de izquierda en México. Hoy, después de la caída del Muro de Berlín, de la desintegración de la URSS, de las difíciles transiciones a la democracia en Europa del Este y América Latina, del fin del régimen priísta y del ocaso de la revolución cubana, aquellas críticas pueden leerse como vislumbres de cualquier izquierda postcomunista, respetuosa del nuevo pacto democrático y dispuesta a alcanzar el poder por vías pacíficas y electorales.

En la polarización de aquel último tramo de la Guerra Fría, marcado por las presidencias aparatosas de Ronald Reagan y el primer Bush, posiciones como la de Paz, Zaid o Krauze eran percibidas como gestos de complicidad con Washington, cuando no como dictados ideológicos de la mismísima CIA. La izquierda autoritaria de entonces, que hoy intenta rearticularse frente a una administración fiel a ese linaje imperial, dividía el mundo latinoamericano en dos opciones: La Habana o Washington, Fidel o Reagan. Entre esas dos entidades, que la mitología revolucionaria concebía como los únicos centros legítimos de producción ideológica, eran impensables cualquier discurso autónomo o cualquier crítica intelectual que no fueran mero proselitismo de una u otra iglesia. La consigna "¡Reagan rapaz, tu títere es Octavio Paz!" —cuya métrica elemental recuerda otras congas del socialismo habanero como "¡Clinton rufián, devuélvenos a Elián!"—, coreada en plena avenida Reforma, es ilustrativa de aquella mentalidad crispada y paranoide.

¿Por qué irritaban tanto las críticas de Gabriel Zaid? El primero de aquellos artículos, titulado Colegas enemigos: una lectura de la tragedia salvadoreña y publicado en Vuelta en 1981, intentaba reconstruir el disperso y ambiguo mapa de las múltiples tendencias políticas que componían la izquierda y la guerrilla de El Salvador en los años 70. Zaid no sólo advertía que políticos tan disímiles como José Napoleón Duarte, Guillermo Manuel Ungo, Enrique Álvarez Córdoba y Arturo Armando Molina habían pasado sucesivas temporadas de amistad y encono, sino que las organizaciones de la izquierda salvadoreña involucradas en el conflicto llegaron a ser más de cuarenta, entre las cuales el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) era sólo una más. "La integración —dice Zaid— implica un trago amargo para todos los que encabezan (menos uno): dejar de encabezar".

Esa atomización, generada por un ejercicio dogmático de la ideología y la política, que rechaza el entendimiento y la transacción en nombre de la pureza revolucionaria, desembocó en "trágicos accidentes" y ejecuciones sumarias dentro de la guerrilla como los de los comandantes Jovel, Ana María y Marcial y la del poeta Roque Dalton, acusado, entre otros cargos más bien teóricos ("liberalismo", "indisciplina", "tendencias pragmáticas burguesas", "intelectualismo pequeño burgués", "historicismo", "interpretaciones funcionalistas y esquemáticas de la realidad"…) nada menos que de doble agente de Cuba y la CIA. Pero a pesar de ser un lector de poesía tan atento, Zaid desdeñó, junto con el imaginario político de Dalton, los buenos momentos de ironía e ingenio que abundan en el cuaderno de Praga, Taberna y otros lugares (1969) o en los poemas casi nihilistas de Un libro levemente odioso (1992). A este cuaderno inconcluso pertenece un epigrama que resume la tragedia de Roque Dalton, hijo descarriado del Saturno guerrillero: "Juro que lo oí decir/ salvo en una sociedad completamente justa,/ lo mejor de la vida es ser jefe". Esa voz que escuchó Roque Dalton en las selvas de Centroamérica, días antes de ser asesinado por sus propios compañeros de armas, era la de todos los caudillos que ha dado el autoritarismo latinoamericano en dos siglos de penoso devenir.

En su ensayo sobre el caso nicaragüense (Nicaragua: el enigma de las elecciones), escrito en 1985 a raíz del proceso electoral que llevó a Daniel Ortega a la presidencia de ese país centroamericano, Zaid describió una fragmentación de las fuerzas revolucionarias, similar a la salvadoreña, únicamente sopesada por la causa común del antisomocismo. Además de las fricciones entre los nueve comandantes del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), agrupados a su vez en tres facciones, y de líderes de tan diversa orientación ideológica como Sergio Ramírez, Moisés Hassán, Violeta Chamorro, Alfonso Robelo o Monseñor Miguel Obando, la revolución triunfante se precipitaba hacia formas autoritarias de gobierno y enfrentaba una oposición armada por Estados Unidos. Las tres facciones militares del FSLN, integradas por guerrilleros poetas, tenían nombres conceptuales: Tendencia Insurreccional Tercerista, Guerra Popular Prolongada y Tendencia Proletaria.

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