www.cubaencuentro.com Martes, 30 de marzo de 2004

 
   
 
Haz lo que yo digo
La lucha de Castro contra el ALCA: ¿Divorcio entre palabras y hechos?
por LEONARDO CALVO CáRDENAS, La Habana
 

La historia se repite —con sus matices y particularidades—. Al igual que hoy, el alto liderazgo de la Isla se empeñó hace casi veinte años en una cruzada internacional, con la cual demostró, como ahora, su capacidad de inconsecuencia y su doble discurso. Dos circunstancias históricas muy diferentes y un mismo comportamiento.

Fidel Castro
¿Falsos profetas que se niegan a callar?

Fue el año 1985 quizá el momento de máximo esplendor, poder y prestigio del régimen cubano. Se había roto el aislamiento hemisférico, sin que el gobierno de La Habana declinara en sus posiciones políticas. Para esa fecha la mayoría de los países del continente habían restablecido relaciones diplomáticas con la Isla. Decenas de miles de soldados cubanos desandaban el mundo en misión de ocupación o combate. El respaldo político, diplomático, militar y material del campo socialista sostenía un artificial esplendor económico, mientras sólo una docena de cubanos se atrevían a hablar en voz alta de derechos humanos y el movimiento opositor pacífico estaba todavía por nacer.

Este fue el escenario ideal para dar rienda suelta a un excepcional autismo político que llevó a Fidel Castro a desentenderse de todo y de todos para dedicar todo el año a desarrollar lo que él mismo llamó su batalla contra la deuda externa.

Fue simple: en un país como el nuestro es fácil dedicar ingentes recursos y esfuerzos en una intensiva campaña para convencer a los gobiernos latinoamericanos de declarar una moratoria colectiva e indefinida al pago de la abultada deuda externa, que ya para entonces constituía una amenaza para la estabilidad socioeconómica del subcontinente.

Gran derroche propagandístico y maratónicas reuniones que trajeron a La Habana a cientos de personalidades, pedagogos, sindicalistas, periodistas, economistas y otros tantos representantes de las "fuerzas vivas" de los países hermanos. Aquellos que acudieron a alimentar el inflamado ego del "gran líder" y a rumiar sus resentimientos contra los desmanes del primer mundo, absteniéndose casi siempre de hacer la crítica de las deficiencias estructurales y éticas que padecemos.

Para el gobierno cubano, la situación era cómoda en aquel momento, con el 85 por ciento del comercio, en términos preferenciales, con los camaradas ideológicos. Para colmo de males, se descubrió que mientras exhortaba a no pagar, cumplía y negociaba con sus contados acreedores occidentales, un ejemplo del viejo axioma "haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago", que al menos un mandatario latinoamericano se atrevió a señalar. El entonces presidente peruano Alan García criticó en la Asamblea General de la ONU "a los que incitan a no pagar mientras pagan a unos con dinero y a otros en soberanía".

En un alarde de profecía política, Castro pronosticó que si se insistía en pagar la deuda se producirían serios estallidos sociales. De hecho, el pronóstico se cumplió, pero no en un país latinoamericano, sino en la sufrida Rumanía del compañero Ceaucescu ante el acrítico mutismo del máximo líder.

Ha llovido mucho sobre el planeta, el bloque del Este no existe, el llamado "socialismo real" es sólo un triste y aleccionador recuerdo; hace tres años que el comandante no se presenta en las Cumbres Iberoamericanas que en 1985 no soñaban con nacer; la economía cubana padece una crisis galopante y a todas luces irreversible, y el país exhibe una de las deudas per cápita más altas del mundo; mientras las alternativas políticas internas, aunque desconocidas y reprimidas por el poder, gozan cada vez de mayor visibilidad, prestigio y respaldo internacional.

Nada de eso es obstáculo para que el máximo líder emprenda nuevas batallas. El objetivo de sus ataques de hoy es el Tratado de Libre Comercio de las Amétricas (ALCA), al que, con su tradicional visión extremista y maniquea, califica de punta de lanza del imperio para colonizar económicamente el continente. Las autoridades de la Isla niegan al pueblo cubano la información sobre el importante tema y no escatiman esfuerzos —a pesar de su mermada capacidad de convocatoria— para convencer a todos en el hemisferio de que el ALCA es el camino seguro al abismo.

En contradicción con la retórica independentista y confrontacional que le caracteriza, en los últimos meses el gobierno cubano ha emprendido una escalada de compras multimillonarias y al contado, de productos agropecuarios a proveedores norteamericanos. Ello ha puesto, de súbito, una parte considerable de los abastecimientos y renglones básicos del país en manos de suministradores provenientes de la nación enemiga y dejado con el clásico palmo de narices tanto a los campesinos cubanos que todavía esperan la recapitalización y liberalización del importante sector económico, como a sus ya tradicionales abastecedores europeos y latinoamericanos, que han soportado por años la inconsistencia financiera de La Habana.

En el colmo del desenfreno, funcionarios de la Isla han manifestado la inusitada insistencia en adquirir en Estados Unidos apreciables cantidades de ganado bovino, aun cuando los clientes tradicionales han congelado sus compras a causa del localizado pero preocupante brote de la enfermedad de las vacas locas, ocurrido recientemente en este país.

Sólo una fuerte motivación política puede obligar al gobierno cubano a desviar hacia el mercado norteamericano cientos de millones de dólares, que podrían servir para recuperar el colapsado sector agrícola de la Isla; capaz, en condiciones normales, de producir esos renglones que ahora llegan del "imperio".

En disonancia con su recurrente retórica tercermundista, los líderes históricos del antiimperialismo han preferido como socios comerciales al sempiterno enemigo en lugar de a los hermanos latinoamericanos, así como respaldar con sus compras los subsidios de la agricultura norteamericana, que constituyen uno de los principales focos de conflicto e inquietud en las globalizadas relaciones económicas de la actualidad.

Los falsos profetas de hoy se niegan a callar. Mientras el divorcio entre las palabras y los hechos crece, su impacto y capacidad de convocatoria se derrumban.

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