www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
   
 
Amistades peligrosas
Castro y sus alianzas mexicanas, un ajedrez político a raíz del 'caso Ahumada'.
por RAFAEL ROJAS, México D.F.
 

Los amigos políticos de Fidel Castro son la mejor prueba de que el pragmatismo es la verdadera ideología del castrismo. Es sabido que en España el mejor amigo de Castro se llama Manuel Fraga y no Felipe González. También es sabido que en México, el gran afecto de Castro no es Cuauhtémoc Cárdenas, el líder moral del PRD e hijo del célebre general que se ofreció para combatir en Bahía de Cochinos, sino Carlos Salinas de Gortari. Nada menos que el político que introdujo en México eso que tantos fidelistas, demasiado seguros de su lenguaje, llaman "modelo neoliberal". El mismo que firmó el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, que llegó a la presidencia luego de un fraude colosal contra la izquierda y que la abandonó en medio de la catástrofe del magnicidio de Luis Donaldo Colosio, el levantamiento del Ejército Zapatista en Chiapas y la devaluación de la moneda mexicana.

PRD Cardenas
Líder del PRD Cárdenas, en La Habana: ¿Un amigo despechado?

Salinas, el enemigo de todas las izquierdas (desde la izquierda democrática del PRD hasta la ultraizquierda autoritaria del Subcomandante Marcos), el privatizador de la economía, el defensor de la integración comercial con Norteamérica y el ex presidente con una mayor reputación de ladrón y corrupto en los últimos veinte años, es el gran amigo mexicano de Fidel Castro.

En 1988, el dictador cubano viajó a la toma de posesión de Salinas con el propósito de respaldar la ambigua legitimidad del nuevo presidente. Luego, Castro regresó a la primera Cumbre Iberoamericana de Guadalajara, donde Salinas le dispensó un trato sólo equivalente al del Rey Juan Carlos: el trato de monarca del populismo latinoamericano. Finalmente, cuando Salinas cayó en desgracia, durante los primeros años de la presidencia de Ernesto Zedillo, La Habana le ofreció lujoso refugio.

Cada cierto tiempo, la evidencia de esta amistad estalla ante los ojos de la izquierda mexicana. Entre 1998 y 1999, cuando hubo intentos frustrados de investigar los desfalcos de Salinas, varios sectores del PRD demandaron al gobierno cubano que confirmara la residencia de Salinas en La Habana. Castro no sólo continuó ocultando la presencia del ex presidente en Cuba, sino que, según testimonio del propio Salinas, le ofreció a su amigo mexicano facilidades para inversiones en la Isla.

Así, desde esa preciada condición de "amigo de Fidel", que Salinas comparte con Fraga, García Márquez y unos cuantos elegidos, el gran privatizador de la economía mexicana, que en su juventud fuera un devoto de Mao Tse Tung, Zapata y el comunismo agrario, intervino en la fundación del capitalismo de Estado que impera actualmente en Cuba.

En las últimas semanas, esa amistad peligrosa ha sido juzgada con extrañeza y, a veces, con enojo en ciertos círculos de la izquierda mexicana. El jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, hoy por hoy el político más popular de México, y el principal periódico de izquierda en este país, La Jornada, han cuestionado abiertamente el arresto de Carlos Ahumada en La Habana y la decisión del gobierno de Fidel Castro de mantener en prisión cautelar a este empresario de origen argentino.

Ahumada apareció en Cuba, luego de haber dado a conocer varios vídeos que mostraban a líderes del PRD y del gobierno del Distrito Federal recibiendo dinero de manos del propio empresario. Según López Obrador, la revelación pública de la corrupción del PRD responde a un complot fraguado entre algunos círculos del PAN, del PRI y Carlos Salinas de Gortari, quien, al parecer, tuvo varios encuentros con Ahumada antes de la partida de éste rumbo a Cuba.

Además del vínculo con Salinas, el refugio de Ahumada en La Habana pudo haber sido asegurado por una corriente procastrista del PRD, conformada por Rosario Robles, Cuauhtémoc Cárdenas y su hijo, Lázaro Cárdenas Batel, gobernador del estado de Michoacán, quien está casado con una cubana oficial. La reciente visita de los Cárdenas a la Isla fue concebida como una operación mediática, de cara a la opinión pública mexicana, que intentaría ocultar el irreversible descontento de la izquierda democrática con Cuba.

La corriente no castrista de la izquierda mexicana, que favorece la candidatura de Andrés Manuel López Obrador para las elecciones de 2006, se pregunta con razón si el arresto de Ahumada en La Habana es parte de una compleja jugada política, en la que convergen actores tan disímiles como Salinas, Castro, el PRI, un segmento reaccionario del PAN y la zona autoritaria del PRD, que busca obstruir el avance de una izquierda democrática en México, similar a la de Lagos en Chile o Lula en Brasil. Como ha dicho un importante intelectual de esa corriente, no tiene necesariamente que ser un "complot", puede ser una convergencia de intereses enemigos.

A esta interpretación se suma la de otro candidato presidencial, el ex canciller Jorge Castañeda, quien ha sostenido que la retención de Ahumada en La Habana es una maniobra de presión sobre México, de cara a la próxima votación ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra, donde el gobierno de Vicente Fox podría respaldar la resolución de Honduras.

Ambas interpretaciones son perfectamente compatibles si se piensa que una de las prioridades del gobierno cubano, en materia de política exterior, es la recuperación de la histórica alianza autoritaria con México, que se quebró a mediados del sexenio de Zedillo y que el propio Castañeda acabó de destruir con su agenda de una diplomacia republicana, dispuesta a relacionarse con todos los actores de la política cubana, incluidos la disidencia y el exilio.

El gobierno de Fidel Castro sabe que, para lograr ese objetivo, lo peor que podría pasar en el 2006 es el triunfo de un proyecto de izquierda que mantenga la actual política exterior de México hacia Cuba.

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