El gobierno de Vicente Fox ha tomado una decisión acertada, oportuna y prudente. Es evidente que ya no era admisible la intensidad de la actuación política cubana en México y la estridencia de los insultos a nuestro gobierno desde La Habana. Esta decisión, como era lógico, ha generado aquí una gran dosis de confusión. Será en parte disipada por la información que entregue el gobierno, en particular la Secretaría de Gobernación, cuando decida hacerlo. Pero, por lo pronto, intentaremos aportar algunas consideraciones para ubicar esta decisión en un contexto internacional e histórico adecuado.

Canciller Derbez, secretario de Gobernación Creel.

El contexto internacional es sencillo. Ciertas voces en México, por razones propias, han considerado que los votos que nuestro gobierno ha emitido en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra, a partir de 2002, constituyen un alineamiento con Estados Unidos y una respuesta a las presiones del gobierno de Bush. Se descarta por lo tanto cualquier posibilidad de que, por razones propias y legítimas, pudiéramos condenar la violación de los derechos humanos en Cuba.

Sin embargo, al revisar la lista de los países que votaron en Ginebra, nos encontramos con un enigma: ¿cómo es posible que ciertas naciones que apoyaron una resolución promovida presuntamente por Estados Unidos se hayan opuesto con anterioridad a la guerra en Irak, un tema muchísimo más importante para ellos que lo que sucede en Cuba?

Francia, Alemania, Canadá y Chile condenaron de manera rotunda la intervención de Estados Unidos para derrocar a Sadam. No se puede concluir entonces que estos países, al igual que México, votan en Ginebra en función de los intereses yanquis, sino de los términos mismos de las resoluciones. Consideran, en efecto, que en Cuba se violan los derechos humanos. Y así es.

Es absolutamente inconcebible que un país democrático pueda aceptar que se encarcele a 75 personas en condiciones abominables simplemente por discrepar con el régimen; o que hayan fusilado a tres jóvenes, por la noche y sin avisar siquiera a sus padres, por haber secuestrado un barco y tratar de irse a Miami. Si aquí hiciéramos lo mismo con los que tratan de salir ilegalmente de México, el gobierno estaría fusilando a mil mexicanos cada día.

Sólo cabe en la mente de Fidel Castro, y sus acólitos en México, pensar que gobiernos como el de Chirac en Francia, el de Schroeder en Alemania, el de Chrétien y Martin en Canadá, y el del socialista Ricardo Lagos en Chile, hayan votado por subordinación a Estados Unidos. A esta primera confusión que impera en México conviene darle precisamente este contexto internacional.

Vista gorda y abstención

Ahora bien, es preciso ubicar la crisis actual también en un contexto histórico. Desde 1980 he insistido en una tesis, discutida y conocida por muchos otros estudiosos de la política exterior de la revolución cubana, que sostiene que desde los primeros años se llegó a un entendimiento tácito, y a veces no tanto, entre dos regímenes autoritarios, el cubano revolucionario y el mexicano esclerotizado: México se haría de la vista gorda ante una serie de infracciones y Cuba, por su parte, se abstendría de actuar políticamente en México, a diferencia de lo que hacía en todos los demás países de América Latina.

Establecidas así las reglas, México no aislaría al régimen cubano y Cuba no fomentaría la eclosión de movimientos guerrilleros en México, no entrenaría a mexicanos en Cuba para tareas revolucionarias y no fomentaría la oposición del partido de izquierda en turno contra el régimen priísta.