www.cubaencuentro.com Martes, 25 de mayo de 2004

 
  Parte 2/2
 
¿Antes no y ahora sí?
El embargo del bloqueo y el bloqueo del embargo.
por MIGUEL FERNáNDEZ-DíAZ, Miami
 

Los objetivos de las transacciones comerciales excepcionales entre Cuba y EE UU parecen extenderse más allá de la situación de emergencia provocada por el ciclón Michelle (2001). El vicecanciller cubano Ángel Dalmau precisó: "no es sólo porque ahorramos dinero, sino porque tienen más valor político".

El mentís del gobierno de Cuba a esta declaración no hizo más que corroborarla, pues desde la antigüedad griega se sabe, gracias al sofista Trasímaco, que la verdadera política no tiene por qué ser siempre la política verdadera. También el exilio pulsa la cuerda política del embargo, al considerarlo —por lo menos— como carta de negociación que se pondría sobre el tapete postcastrista para llevar adelante la transición democrática.

Este movimiento de lanzadera hilvana la madeja de política simbólica que agobia el entendimiento entre los propios cubanos. En el plano internacional es imposible tapar el sol de las Naciones Unidas con un dedo. Ni siquiera hinchado por el patriotismo anti Castro.

El bloqueo del embargo

El embargo rebasa los límites del diferendo bilateral y presiona sobre terceros para disuadirlos de comerciar o invertir en la Isla. Doce sesiones consecutivas (1992-2003) de la Asamblea General de la ONU muestran que casi todo el mundo repudia las medidas de coerción económica tomadas por EE UU contra el gobierno de Cuba, pero con obvias implicaciones extraterritoriales.

Sin embargo, la pompa y el estrépito de fuera consolidan dentro la manía de nunca ceder en el orgullo y jamás sentir vergüenza. El "bloqueo" se esgrime hasta para justificar que los tribunales de justicia expriman a disidentes pacíficos, además de proseguir siendo la clave de las letanías que mitigan las severas disfunciones de la economía socialista. El doctor Andrés Zaldívar (Centro de Investigaciones Históricas de la Seguridad del Estado) cree formular una pregunta retórica cuando plantea en el último grito de la historiografía cubana (Bloqueo: El asedio económico más prolongado de la historia, 2003): "¿Puede alguien (…) obviar de buena fe la pesada carga que representa el bloqueo norteamericano para la economía de la Isla?". En realidad, se tiene por lo menos una respuesta afirmativa: Fidel Castro.

En su precitada entrevista con Elliot y Dymally, Castro aseguró que la repercusión del embargo no se reducía simplemente al "costo de miles de millones de dólares" por la pérdida de la cuota azucarera y el incremento de los gastos de adquisición y transporte de mercancías. También como consecuencia de éste: los cubanos dentro de la Isla "no somos víctimas de la ley del intercambio desigual ni del proteccionismo".

El orgullo nacional de haber convertido "la agresión económica de Estados Unidos en un estímulo" habría cristalizado en "una base sólida para el desarrollo económico y social del país". "[M]e gusta la franqueza" —recalcó Castro—: "las relaciones económicas no implicarían para Cuba ningún beneficio fundamental", porque EE UU tiene "cada vez menos cosas que ofrecer a Cuba". La supresión del "bloqueo" traería "sólo a largo plazo (…) algunas ventajas prácticas", como entregas más rápidas y con menos gastos, pero "no es una cosa trascendental".

El orgullo nacional no puede seguir girando en torno al enemigo externo. Frente a EE UU y en el plano del derecho internacional, Cuba puede y debe abogar por la necesidad de poner fin al embargo económico, comercial y financiero. Pero es harina de otro costal político que las medidas económicas coercitivas de la Casa Blanca se retuerzan jurídicamente, dentro de la Isla, contra la disidencia o prosigan sirviendo de teclas monocordes para entonar las melodías justificativas del curso siempre crítico de la economía castrista.

Así como casi nadie se obstina en establecer relaciones con el vecino que le desprecia y agrede, Cuba no tendría que embargarse tanto con EE UU para, por vergüenza nacional, aplicarse sin lamentos a comerciar con el resto del mundo. Acaso convenga bloquear también el embargo de aquel "vecino hostil", para concentrarse más en los problemas internos que pueden y deben resolverse ya, sólo entre cubanos.

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