www.cubaencuentro.com Jueves, 27 de mayo de 2004

 
  Parte 1/3
 
Hacia el cambio sin cambio
¿Actúa el embargo norteamericano como un dique de contención contra la marea del totalitarismo?
por ARMANDO AñEL, Warwick
 

Con demasiada frecuencia, el debate en torno al embargo norteamericano a Cuba semeja al toro de los cuernos astillados: aunque acostumbra a centrarse en el ámbito de lo político, es en el de lo económico que las restricciones alcanzan envergadura práctica. Suele olvidarse que la medida incide, fundamentalmente, en el área de las inversiones, el turismo y la exportación —cuya índole antaño preferencial intentará rescatar paulatinamente La Habana—, dados el atractivo natural de la Isla, su cercanía a Estados Unidos y la existencia de una numerosa, y boyante, comunidad emigrada.

Entrada a puerto
Comercio Cuba-EE UU: Lo que no impide el embargo.

Así, la pertinencia del embargo no debiera medirse en función de lo que provoca, que no provoca mucho, sino de lo mucho que impide. El estado de postración en el que se consume el castrismo —agonía dilatada, pero agonía al fin y al cabo—, su impotencia ante la crisis del modelo o sus limitaciones a la hora de exportarlo obedecen, descontada su proverbial incapacidad para generar progreso, a la ausencia de un subsidio sistemático, consistente, como el que en su momento le garantizó la Unión Soviética o como el que no acaba de proporcionarle Estados Unidos.

Verdad que el petróleo chavista continúa amamantando la antigua criatura, pero se trata de una financiación coyuntural, abocada a remendar roturas ineludibles. A mediano o largo plazo, La Habana necesita acceder a los dineros del enemigo, encarnados en el turismo más generoso de Occidente, sus inversores más solventes o sus consumidores más empedernidos. Más que a la compra de alimentos, medicinas o materias primas, es a esto último a lo que se opone el embargo de baja intensidad, porque el régimen adquiere regularmente una amplia gama de productos en el mercado estadounidense.

Resulta curioso que la encuesta anual del Centro de Investigaciones Cubanas de la Universidad Internacional de la Florida, dada a conocer recientemente, reproduzca este orden de cosas. Ella revela que aunque un 66,1% de la comunidad exiliada en Estados Unidos apoya el mantenimiento del embargo, un 69,3% ve con buenos ojos que La Habana compre medicinas en el mercado norteamericano, en tanto un 54,8 se declara a favor de excepciones similares en el caso de los alimentos. Una fórmula que pretende recortar las plusvalías de un Estado ilícito, no los abastecimientos de una sociedad secuestrada.

Los dineros del enemigo

Dada su naturaleza práctica, que dificulta la expansión del castrismo y limita la eficacia de sus organismos de propaganda y represión —recuérdese la uniformidad social o la inexistencia de una disidencia pública durante los años dorados del neocolonialismo soviético—, puede decirse que el embargo actúa como dique de contención a la marea del totalitarismo.

En sistemas totalitarios como el cubano, el aparato de control social gira sobre dos ejes interdependientes, dependientes a su vez de las plusvalías que sea capaz de colectar el Estado: el de la dádiva y la recompensa, implementado por una serie de instituciones que premian, en ocasiones generosamente, la incondicionalidad al régimen, y el policíaco, que participa de la represión pura y dura o la relativiza penetrando los focos de descontento popular. En su momento, los subsidios este-europeos no fueron invertidos en el desarrollo económico de la Isla, sino —amén del injerencismo en el Tercer Mundo— en aceitar éstas y otras mecánicas de avasallamiento.

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