www.cubaencuentro.com Jueves, 08 de julio de 2004

 
  Parte 2/4
 
Los ecos de la mala fama
Valeriano Weyler y su leyenda negra en Cuba: ¿Qué hay de cierto o inexacto?
por VICENTE ECHERRI, Nueva Jersey
 

Que esa opinión la sustentara Baquero, cuyas credenciales patrióticas no están en duda —y tanto que se lamentaba de haber recibido la ciudadanía española en un aniversario de la caída en combate de Antonio Maceo— me obligaba a revisar mis prejuicios. Gastón afirmaba que el carácter criminal del hombre que estuvo a punto de liquidar, a favor de las armas españolas, la insurrección iniciada por Martí era una fabricación de sus enemigos —cubanos y norteamericanos por igual— y que las decenas de millares de muertos que provocó en Cuba su bando de reconcentración fueron más el resultado de la imprevisión y de graves fallos logísticos que de la voluntad expresa de un genocida.

Grabado
Grabado histórico sobre 'la reconcentración de Weyler' (anónimo).

Cuando Weyler se hizo cargo del gobierno de Cuba, el 10 de febrero de 1896, en relevo de Arsenio Martínez Campos, la insurrección se había extendido de una punta a la otra de la Isla y los españoles libraban más bien una guerra defensiva. Desmoralizados por el avance de los mambises, que prácticamente imperaban en el campo cubano, y diezmados por las temibles enfermedades tropicales, al año de empezada la guerra parecía que podría ser tan breve como su iniciador la imaginó. No pocos historiadores de todos los bandos coinciden en que a principios de 1896 —no así en el 98— los cubanos parecían estar a las puertas de la victoria.

El estratega Weyler

El nuevo gobernador era un curtido militar que se había destacado por su eficacia en varios escenarios: Santo Domingo, Filipinas, Barcelona. De esta última ciudad, en la que había logrado reprimir un peligroso brote de anarquismo, había salido para su nueva comisión en La Habana. Su experiencia en la lucha antiguerrillera la había refinado, precisamente en Cuba, más de dos decenios atrás, durante la Guerra de los Diez Años, cuando a las órdenes del Conde de Valmaseda terminó convertido en el primer estratega de la contrainsurgencia. En la lucha contra los mambises cubanos, Weyler ganó varias condecoraciones y fue ascendido a brigadier.

En las grandes sabanas de Camagüey y del norte de Oriente, cubiertas de hierbas altas, las columnas españolas eran casi impotentes para oponerse al constante asedio de las tropas de Máximo Gómez, que recién inventaba la guerra de guerrillas. La táctica que seguían los regulares españoles acentuaba su indefensión frente a un enemigo que no se mostraba. Weyler ideó el sistema de destacamentos paralelos que flanqueaban a las columnas y que, al tiempo que impedían que los guerrilleros emboscaran al grueso de los soldados, estaban adiestrados en perseguir a los cubanos, casi siempre inferiores en número y armamento.

Weyler, que debido a su pequeña estatura y a su renuencia a valerse de favores políticos, se había impuesto la austeridad y la tenacidad desde los tiempos de la escuela militar, solía compartir con sus tropas el rancho, la intemperie y todas las otras fatigas de una campaña militar. Este rasgo de su carácter se traducía en una condición de la cual, con el tiempo, se derivó su mala fama: era infatigable e implacable en la persecución del enemigo.

La guerra, y particularmente la guerra irregular que se libraba en Cuba —que también tenía las características de contienda civil—, aguzaba la crueldad y los instintos más feroces. Los integristas españoles —opuestos a cualquier debilidad y amago de reformas— se habían organizado en el cuerpo de voluntarios, sobre todo en defensa de ciudades e industrias, y llegaban a atemorizar a las propias autoridades, sobre todo en La Habana, donde con abiertas amenazas impusieron el fusilamiento de los estudiantes de medicina en 1871.

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