www.cubaencuentro.com Viernes, 03 de septiembre de 2004

 
  Parte 4/4
 
Los ecos de la mala fama
Valeriano Weyler y su leyenda negra en Cuba: ¿Qué hay de cierto o inexacto?
por VICENTE ECHERRI, Nueva Jersey
 

Sin pretender exonerar a Valeriano Weyler de la catástrofe humanitaria que provocó su política en Cuba, creo que es una exageración el retrato de vampiro sediento de sangre que los cubanos hasta el presente hemos tenido de él. No fue él más cruel que algunos de los generales británicos que, por la misma época, "se cubrieron de gloria" aplastando revueltas coloniales (Bindon Blood en la India, quien ordenó arrasar literalmente "a sangre y fuego" a todos los moradores del valle de Mamund y quien expulsó a los afridis, luego de destruirles sus casas y cultivos, hacia una zona montañosa donde todos se murieron de frío; Kitchener en Sudán, dedicado a exterminar masivamente a los derviches del Jalifa); pero tenía en su contra el poderoso lobby cubano en Washington y la prensa norteamericana que le era simpática, e incluso, los periódicos liberales españoles, pese a que Weyler siempre se sintió un liberal.

El reloj de Maceo

Su carrera no terminó con su relevo del gobierno de Cuba, sino que se extendió por casi treinta años más, en los que fue acumulando ascensos y honores debido tan sólo a su talento de estratega y a su capacidad como servidor del Estado. En 1913, le conceden el Toisón de Oro, la mayor distinción que otorga la corona española, y en 1920, Alfonso XIII lo nombra Duque del Rubí, con grandeza de España, en mérito a la batalla en que asaltó y tomó el campamento de Maceo en las lomas del Rubí (Pinar del Río). A éste último lo admiró siempre como su más formidable adversario y, a su salida de Cuba, se llevó consigo la silla de montar, el revólver y el reloj que Maceo usaba en el momento de morir.

Según me contó Gastón Baquero la noche que nos conocimos, el reloj de Maceo tuvo un innoble fin: uno de los hijos de Weyler se lo regaló al Dr. Castro Viejo, el célebre oftalmólogo, luego de una exitosa operación de la vista; y éste, tiempo después, de visita en Nueva York, lo dejó en la guantera de su auto de donde lo sustrajo un ladrón neoyorquino.

El liberalismo de Weyler se acentuó con el tiempo y, contrariando su tradicional neutralidad política, se opuso activamente a la dictadura de Primo de Rivera, al extremo de llegar a violar un principio que hasta entonces había sido uno de sus mayores motivos de orgullo: el no haber conspirado nunca. El complot es abortado y el anciano general sufre un breve arresto; pero este revés no lo disuade de la oposición que lo lleva a encontrar los aliados que creeríamos menos probables.

En 1929, en una carta al líder socialista Indalecio Prieto, le insta a la acción: "Usted constituye, de hecho uno de los más fervorosos paladines de nuestras libertades… Declaro que jamás conocí una tan encarnizada y tenaz amenaza contra nuestro ideario democrático. La reacción, señor, nos tiene inmovilizados… Ella es el enemigo. Y contra ella hay que actuar sin vacilaciones ni flaquezas. No hay otro camino… Ahora más que nunca se impone la serena y decidida cooperación de todos, sin tiempo que peder" (Cardona, Gabriel y Juan Carlos Losada: Weyler, nuestro hombre en La Habana. Barcelona, Planeta, 1997).

Murió poco después de la caída de Primo de Rivera, a los 92 años. Pese al extenso libro en cinco volúmenes (Mi mando en Cuba), en el que intentó justificar su actuación en la guerra de independencia cubana, el fantasma de la reconcentración empañaría su nombre y se superpondría —sobre todo entre los nuestros— a los logros de su carrera y a los otros rasgos de su carácter.

No sé si Weyler hubiera conseguido liquidar la insurrección en Cuba y, en todo caso, dudo mucho de que, en el proceso de hacerlo, hubiera podido evitar la intervención de Estados Unidos —y la vergonzosa derrota de España— que los horrores de la reconcentración en Camagüey y Oriente más bien habrían precipitado; pero la exitosa campaña que lanzó contra los rebeldes cubanos en el corto tiempo de su mandato en la Isla, es, sin duda —y pasando por alto los fallos logísticos que le impusieron un saldo tan grande de víctimas civiles—, un modelo de la lucha contrainsurgente que se ha aplicado, con algunas variantes y diferentes resultados, en los más diversos escenarios a lo largo del último siglo.

1. Inicio
2. Que esa opinión...
3. La otra cara de...
4. Sin pretender...
   
 
EnviarImprimir
 
 
En Esta Sección
Necesidad de los conservadores
VE, Nueva Jersey
Speer edifica a Castro
JOSé PRATS SARIOL, México D.F.
Armas de distorsión masiva
NéSTOR DíAZ DE VILLEGAS, Los Ángeles
Editoriales
Sociedad
Cultura
Internacional
Deporte
Opinión
Desde
Entrevista
Buscador
Cartas
Convocatorias
Humor
Enlaces
Prensa
Documentos De Consulta
Ediciones
 
Nosotros Contacto Derechos Subir