www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de octubre de 2004

 
  Parte 1/2
 
Falsarios
Empeñados en hacer apología del fracaso: Stone, Gopegui y la estupidez ajena.
por ORIOL PUERTAS, La Habana
 

Aquellos que viven en libertad, a veces prestan el más flaco de los favores. Olvidan cuán peligroso resulta ir por el mundo pregonando nefastos criterios o vaguedades —cuando no malintencionadas falsedades— sobre determinadas situaciones y fenómenos de la realidad cubana conocidos muy someramente. Aquí no valdrían otras sugerencias: ante las dudas, callen.

O. Stone
Oliver Stone, en el Festival de Cine de San Sebastián.

A diario aparece en todos los soportes propagandísticos del régimen un desfile de ciudadanos del mundo aportando su visión epidérmica y periférica del presente cubano. Intelectuales, artistas, políticos, economistas, simples obreros y hasta turistas que llegan de noche a un apartado aeropuerto situado en cualquier punto de la Isla, y son inmediatamente trasladados hasta los exclusivos —y excluyentes— hoteles cinco estrellas all inclusive de las edénicas costas cubanas: Varadero, Cayo Coco, Santa Lucía, Cayo Largo o Guardalavaca.

Todos los que decidan prestarse a un juego ya desenmascarado y por muchos reconocido como muy sucio —en tanto millones lo sufrieron en sus países de origen cuando imperaban allí dictaduras militares o gobernantes autoritarios en distintos momentos del pasado siglo XX (España, Portugal, Alemania, Argentina, Brasil, Rusia, los países africanos y asiáticos y un largo etcétera)—, hallarán un puesto de privilegio ante las cámaras de televisión, los micrófonos de la radio y en las páginas de esos tristes semanarios que nadie recordará.

Dudo que algún cubano honesto pueda resistirse a calificar de indignante que vengan desde Ohio o Montevideo a desearle larga vida al régimen que ha convertido esta nación en una ruina física y moral, sacudida por el miedo, paralizada por el hambre, la represión y los apagones, hundida en la corrupción galopante en las altas esferas.

A los cubanos nos está pesando nuestra propia estupidez. Sumar además la estulticia ajena sería el fin. Pero al menos déjennos ese resquicio de vergüenza de poder decirles lo que pensamos en igualdad de condiciones, así como haría cualquier ciudadano en posesión de sus plenas garantías y derechos individuales en un país democrático.

La conspiración del silencio

No sé qué sucede. Debe ser que a los humanos nos cuesta un poco de trabajo aprender de nuestros errores y miserias. Hace muchos años, el Papa Pío XI habló de una conspiración del silencio sobre los crímenes del comunismo por parte de la prensa y la intelectualidad mundiales. Ese complot no terminó con la caída del Muro en 1989. Los nostálgicos del gulag y el paredón han vuelto su faz hacia la satrapía de un caudillo en declive, el ancla de una Isla que pide más ayuda y menos poses.

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