El mazazo no suele formar parte del lenguaje diplomático, ni siquiera en las ocasiones en que el contenido de un comunicado lo representa. De ahí la sorpresa ante las palabras pronunciadas por el embajador de España en Cuba, Carlos Alonso Zaldívar, en la fiesta nacional del 12 de octubre, y cuyo efecto inmediato fue el abandono del acto por parte de dos de los más prestigiosos opositores democráticos al régimen: Martha Beatriz Roque y Oswaldo Payá.

Embajador Alonso Zaldívar, durante la recepción del 12 de octubre.

El tema de un cambio en la política de España respecto de Cuba estaba en el aire desde hace días, y tuvo una clara manifestación en el retraso con que los opositores fueron invitados, pero rara vez es un embajador, y en una fiesta oficial, quien asume la responsabilidad de un viraje tan abrupto. Para eso están los ministros y los directores generales.

Carlos Alonso Zaldívar puede ser definido como un hombre muy inteligente, partidario de enfocar los problemas desde un realismo descarnado y con una lógica implacable. Su alocución del día 12 refleja esa constante psicológica. La cuestión es si ese es el mejor talante para propiciar la llegada de la democracia a Cuba, tanto en el plano subjetivo de creación de imagen ante la opinión pública insular como en el objetivo de otorgar preferencia a la defensa de las libertades, y por lo mismo, de mantener la presión sobre el régimen de Castro. Para "dialogar" con él en espera de que tenga lugar una mutación benéfica, relegando a los demócratas cubanos a las tinieblas exteriores, sobra la retórica.

Porque retórica es proclamar que España liderará el cambio en las relaciones de la Unión Europea (UE) con el gobierno cubano y exceso en sus atribuciones que un representante diplomático asuma ese protagonismo, descubriendo de paso las cartas con las que se va a jugar por parte de La Moncloa.

La utilidad de España

Al parecer, ya alguien, por debajo del nivel ministerial, intentó liderar el cambio de tan torpe manera, suprimiendo las invitaciones a opositores; algo que hubo de ser rectificado a toda prisa, ya que la Posición Común sigue vigente y el cierre implicaría un incumplimiento del acuerdo de junio de 2003. Pero, ante todo, sería útil que España asumiera, tanto en la cuestión del Sahara como en la de Cuba, un papel acorde con su peso en la esfera internacional. Más aún si se trata, como sucede en ambos casos, de protagonizar retrocesos.

Bastante criticamos, y con razón, a José María Aznar por esas pretensiones de grandeza. El verbo "contribuir" sería el más adecuado. Y en cuanto a lo segundo, una vez hechos públicos los propósitos de anular la política de junio de 2003, está de más cualquier intento de negociación para arrancar al menos una liberación sustancial de los presos políticos. Fidel Castro sabe ya, por boca de Alonso Zaldívar, que sólo tiene que sentarse a esperar el momento en que la UE, "liderada" por España, le presente sus disculpas por haberle incomodado con el apoyo a quienes luchan en condiciones dramáticas por un futuro democrático para la Isla. Perdón, apoyo a "los mercenarios de los Estados Unidos", como rezaban los comunicados oficiales.