Existe una diferencia generacional entre los cubanos que viven en EE UU en relación con los dos partidos mayoritarios. Si el exilio histórico es mayoritariamente republicano, identificado con el presidente George W. Bush y la política de embargo, aquellos que arribaron después de 1980, y especialmente después de 1994, simpatizan más con el Partido Demócrata, y las flexibilizaciones hacia Cuba que comenzó el gobierno de Clinton. Tal situación expresa también una fractura del espectro político cubano, pues en Cuba una abrumadora mayoría repudia al presidente republicano y, especialmente, sus últimas medidas sobre los viajes y remesas.

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Muchos cubanos del sur de la florida votan por Bush simplemente porque comparten sus valores individualistas, tanto o más que el resto de los republicanos. En contraste, muchos de los nuevos emigrados y los cubanos en la Isla creen que la salud y la educación, por ejemplo, son derechos humanos tan o más importantes que las libertades políticas. Si para los primeros, imponerles impuestos a ese propósito es una invasión de su vida privada, para los segundos, es un necesario costo de garantías sociales, imprescindibles en un orden social justo. Claro que tales opiniones acercan más a los segundos al Partido Demócrata.

Una sustancial diferencia

La elección del candidato demócrata John Kerry puede marcar una sustancial diferencia en la política de EE UU hacia Cuba. Para comenzar, las concepciones de política exterior de los equipos demócrata y republicano, en general, difieren radicalmente. El equipo de Bush ha demostrado, a través de acciones como la invasión de Irak, su creencia de que el poder norteamericano es suficiente para no tener que coordinar sus políticas con aquellos que discrepen de las mismas, incluso sus aliados.

Aunque los demócratas no postulan una abstención total de actuar unilateralmente, tanto Richard Holbroke, como el senador Joseph Biden, principales asesores de política exterior del senador Kerry, abogan por una hegemonía coordinada con otros actores principales del actual sistema internacional.

Tales elementos son relevantes en la política cubana de Washington, pues esta es el paradigma mayor de unilateralismo de la época contemporánea. Ningún otro país considera legítima la política de embargo. Incluso Israel, uno de los otros tres países que rechazó junto a EE UU la votación al respecto en Naciones Unidas, no ha adoptado ninguna medida contra sus empresas que comercian o invierten en Cuba. Una administración Kerry que sea más dada a coordinar esfuerzos para la democracia en Cuba, con otros países de América Latina y Europa, sólo puede significar relajar el embargo.

Los demócratas creen en lo que el profesor de Harvard Joseph Nye ha llamado el "poder suave", que consiste en la capacidad de influir en los comportamientos políticos de otros países, no a partir de coerción o pagos, sino por atracción. El "poder suave" actúa a través de los intercambios estudiantiles, culturales y académicos. Se basa en la atracción que despierta la sociedad norteamericana, más allá de su poder "duro" en fuerza militar o sanciones. Como contraste, cuando un periodista preguntó al secretario de Defensa Donald Rumsfeld sobre el "poder suave", este contestó que no sabía a qué se refería.

En consecuencia, una administración Kerry sería más propensa a restablecer la libertad de viajar, así como los intercambios académicos, religiosos y culturales con Cuba. Claro que no sería fácil. El gobierno cubano y la derecha en Miami han demostrado una aguda capacidad para frustar varios intentos de acercamiento, en la época de Carter y de Clinton, o las aproximaciones "suaves" de la Unión Europea.