www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
   
 
Kirchner arrodillado
Lo humanitario y lo moral. ¿Pueden negociarse los derechos humanos?
por ARMANDO AñEL, Miami
 

Ha caído el jefe de Gabinete de la Cancillería argentina, Eduardo Valdés, más el embajador del país sudamericano en Cuba, Raúl Taleb. El ministro de Exteriores, Rafael Bielsa, casi se va de bruces tras la última refriega, si es que a esta última puede llamársele refriega, entre La Habana y Buenos Aires. Kirchner mismo ha hincado las rodillas. Castro arrastra a todos en su caída: si su espíritu es de plomo, mucho menos se elevará desde una silla de ruedas.

R. Quiñónez
Roberto Quiñónez, hijo de Hilda Molina, junto a su esposa argentina Verónica Scarpatti.

Recuérdese que fue Valdés quien introdujo en la cancillería argentina la causa de su defenestración, esto es, el caso de la neurocirujana Hilda Molina. El régimen castrista impide que la doctora y su madre, enferma la primera, clínicamente agonizante la segunda (la imagen estremece: dos ancianas a merced del omnipresente, yomnisciente, Estado cubano), se reúnan, luego de diez años de separación involuntaria, con su familia en Buenos Aires.

El hijo, la nuera y los nietos de la Molina, todos ellos ciudadanos argentinos, habían logrado, tras una insistente campaña de reunificación familiar, sensibilizar a algunos funcionarios del gobierno de Kirchner. En esa cuerda, y desde su propicia relación con La Habana, el presidente creyó que el caso podía rendirle ganancias adicionales; así, la senadora Cristina Fernández, esposa del mandatario, comenzó a jugar un papel de cabecera en el marco de la estrategia mediática, para consumo nacional, desarrollada por la Casa Rosada.

Pero, sorprendentemente para algunos, Castro rechazó el pedido argentino y, en lugar de subirle la parada al dictador cubano, Kirchner optó por destituir a dos de los funcionarios relacionados con la escaramuza, durante la cual Hilda Molina y su madre pernoctaron en la embajada argentina en La Habana. Ya se sabe que el tema de las embajadas toca muy en el fondo a las autoridades castristas.

Mirando hacia otro lado

La impavidez con que muchos gobiernos occidentales se asoman al drama cubano, a ratos asombra. Diríase que el recurso del secuestro institucionalizado, al que el castrismo recurre sistemáticamente desde hace cerca de medio siglo, es tenido por numerosos actores internacionales —algunos de los cuales, paradójicamente, abogaron en su día por el reencuentro de Elián González con su padre— como un hecho consumado, ordinario, intrascendente… cosas de Cuba y su gente.

De cualquier manera, en el revuelo mediático levantado por el caso Molina concurren elementos encontrados. No se trata de dos gobiernos que en igualdad de condiciones, institucionalmente hablando, negocian sus diferencias.

Téngase en cuenta que el gobierno de Fidel Castro es ilegítimo, fruto de un sistema totalitario cuyos mecanismos de control social reproducen los de sus progenitores fascista y comunista; el argentino, en cambio, más allá de sus imperfecciones y tics populistas, ha brotado de las urnas. En segundo lugar, pero en primer término, el reclamo de Kirchner tiene asiento en la naturaleza innegociable de los derechos humanos, que bajo ningún concepto pueden subordinarse a razones políticas, ideológicas o diplomáticas.

De ahí que deba rechazarse la postura castrista no sólo desde el plano humanitario, sino moral. En este contexto, y mientras se agotan los últimos días del año —mientras se agotan las esperanzas de Hilda Molina y su madre, como las de tantos cubanos en circunstancias similares—, resulta todavía más rastrera la genuflexión de Kirchner, de hinojos ante una silla de ruedas.

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