www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
   
 
El empacho de la sospecha
Ni con Castro ni con sus herederos ni con Bush: ¿Basta algo así para quemar a alguien en la hoguera?
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

Trabajo les costó, pero la mayoría de los fundamentalismos religiosos reconocieron ya, desde hace tiempo, que el hecho de no creer en su dios no conduce necesariamente a la adoración del diablo. En cambio, los fundamentalistas políticos no transan. Para ellos, sólo existe el dios de su soberbia. Y pobre del loco que los contradiga.

G. Bush
Debates post-electorales: ¿Es políticamente incorrecto criticar a Bush?

El rollo se enrolla en suelos tórridos como los del Caribe, consecuencia, tal vez, de nuestra tan llevada y traída picapica en la sangre.

Y mucho más se enrolla entre cubanos, mayoritariamente nacidos y crecidos (es un decir) bajo la losa de un fundamentalismo político, ante el cual hasta los idólatras del monstruo Jaggernat parecen niños de teta.

Reconozcámoslo o no, todos cargamos con esa pesadez por dentro. No importa en qué fila estemos alineados o hasta qué remota lejanía del globo hayamos conseguido escapar. Es como el resultado de una comilona de hígado de puerco a horas tardías: el empacho de una larga noche de sospechas que nos echa mechas en la ventrecha durante casi medio siglo.

Sea entre los adentro, entre los de afuera, o entre los de adentro y los de afuera, todos sospechamos de todos. No es muy divertido que digamos, pero sirve para conservar la identidad. Y como los motivos no nos faltan nunca, en tanto adoramos, soportamos, odiamos o tememos todos a una misma deidad que nos los sirve en bandeja.

La explosión de las últimas semanas parece ser el resultado de los comicios presidenciales en Estados Unidos.

Acá adentro, el empacho de la sospecha nos ha llevado a planos de pesadilla donde se asegura que Bin Laden fue el que realmente eligió a Bush, por medio de una grabación que sabe Dios quién diablos sacó de su manga. Eso por un lado. Y por el otro, le dan brillo a la picota porque, según dicen, sólo a quienes seamos agentes del enemigo se nos puede ocurrir sacar el pie en circunstancias en las que el rebaño debe mantenerse unido para enfrentar los renovados zarpazos del coyote tejano.

Desde afuera, los empachados de sospecha miden, aquilatan, sopesan, estiran y encogen cada mínima señal, cada palabra, cada juicio nuestros, convencidos de que quienes no acogimos con bombos y platillos la reelección de Bush somos partidarios y/o agentes del régimen o de sus pretendidos herederos, que viene a ser el mismo mono con la misma cadena.

¿Ñames anti Bush?

De igual manera están los que asumen una nueva variante de fundamentalismo: el empacho de los ilustres ilustrados.

Estos, muy modernos ellos, globalizados, con amplios accesos a las ventajas del mundo real y democrático. Están tan empachados de sospechas como el que más, sólo que desde su altura tienden a compadecer a quienes no simpatizamos con Bush porque, dicen, en el mejor de los casos somos unos ñames, mutilados de mente por el oscuro cerco que nos cerca; así que no podemos vislumbrar —como ellos— que la calabaza del tejano se convertirá muy pronto en nuestro carruaje para la fiesta del futuro.

Ojalá que sus palabras sean santas. Y doy fe de que cuando crezca, trataré de ser tan visionario como nuestros ilustres ilustrados. Pero por ahora me paso, les digo igual que Bartleby el escribiente: preferiría no hacerlo.

También prefiero mantenerme a prudente distancia de ciertos empachados de sospecha a los cuales podríamos llamar atípicos, ya que gozan con pasar por tales, aunque no lo sean. Ojo con ellos. Lo mismo adentro que afuera suelen llevar ocultos, en el morral del empacho, el frío cálculo de los manipuladores y la ponzoña del oportunista.

Por último, preferiría —y sé que eso es mucho más difícil, dadas las circunstancias de lugar y de tiempo— no pertenecer a ningún tipo de empachado de sospechas. Especialmente para que no me suceda lo que al cornudo del pueblo, que sospecha de todos, menos de aquel que en verdad lo está hincando.

En fin, qué remedio. Ya lo dijo el dicho: cada cual es como el Señor lo hizo, y hasta peor a veces.

De modo que ante la imposibilidad de ser un ilustre ilustrado, y ante el deseo de no ser atípico, no me queda más que conformarme con mi condición de simple empachado de sospechas. Pero con pataleo. Y para que quede constancia, dejo escrito con todas las letras que en lo referido a la explosión del momento y a todas las otras explosiones que vengan, no estoy con el régimen, ni con sus herederos, ni con Bush.

Y que Dios me asista, para que los abanderados de unos o del otro contengan el impulso de quemarme en la hoguera, ya que, como es sabido, si hay algo que no perdona un empachado de sospechas es que le hagan trizas tan deliciosa ocasión de seguir echando mecha en la ventrecha.

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