Dice el alto funcionario del Partido Popular, Jorge Moragas, que ha ido a Cuba en señal de apoyo a la disidencia interna. Y le creo. No hay, en ese sentido, nada que reprocharle al secretario de Relaciones Internacionales del principal partido de la oposición en España; sobre todo si Herick M. Campos, miembro de la directiva nacional del partido en el poder, el PSOE, fue recientemente a La Habana a "ver algunos de los numerosos proyectos que hacen posible en esta Isla una igualdad de derechos para todos".

Canciller español Moratinos (dcha.): 'Si Cuba sigue haciendo gestos importantes y visibles, serán tenidos en cuenta en la UE'.

Básicamente en eso se diferencian los viajes estivales de ambos políticos, sobre todo porque este último olvidó, o quizás no consideró necesario mencionarlo, que estaba visitando una Isla donde exigir derechos y pertenecer, incluso, a la izquierda no castrista, es un delito por el que muchos padecen hasta 28 años de cárcel.

Sin embargo, lo peor, lo que trasciende el día a día en las relaciones históricas entre ambos países es, con distancia, lo "oportuna" que suele ser la clase política española cuando del tema cubano se trata.

¿Qué tiene esa insignificante isla del Caribe que no deja de ser agenda de carreras electorales, baza de confrontación de partidos opositores, luchas encarnizadas de parlamentos nacionales y suprarregionales, o moneda de cambio de los gobernantes?

¿Qué tiene Cuba que cada gabinete que llega al poder en España —sin distinción— se empeña en dar golpes de timón a la política del anterior, aunque en el fondo no cambie nada?

Es en esta última pregunta donde entra a jugar la empedernida afición de los políticos por rentabilizar, en clave interna, la tragedia del pueblo cubano.

El ping pong

Desde la oposición, en plena crisis diplomática de 1996, el PSOE exigía "a toda costa" el nombramiento de un embajador en la Isla, después de que Castro le negara el plácet a José Coderch, quien pretendía abrir las puertas de la legación a los disidentes.

Desde la banca opositora, en pleno 2004, el PP advierte que "algunos socialistas" están "descuidando" el compromiso de España con la democratización de Cuba. El PSOE amaga y se defiende, lo niega, pero no aclara bien, no pone suficiente orden en su patio. Y mientras Zapatero dice que está "comprometido" con el asunto, el eurodiputado Miguel Ángel Martínez le desoye, el jefe de las Juventudes Socialistas pasea por el mausoleo del Che en Santa Clara, sin pedir que le lleven a las cárceles de Boniato o Kilo 8, o al menos a conocer a la familia del poeta encarcelado.

Es como si la historia se repitiera, como si el ex ministro Carlos Solchaga, con toda la buena fe del mundo, emprendiera nuevamente un proyecto de transformación estructural en la economía isleña, como si Felipe González creyera otra vez que Castro puede convertirse en un socialdemócrata, o como si Jean Chretien volviera a plantearse la inútil política de "compromiso constructivo" que le caracterizó, en las relaciones con el régimen, durante su primera magistratura en Canadá.

Mientras tanto, Castro gana tiempo. Prepara una retirada inminente de Isabel Allende, la actual embajadora en España, y quizás el (la) sustituto(a) sea una figura de alto relieve intelectual o político. "Una vez instalados en sus puestos nuevos representantes diplomáticos, en ambas capitales, volvemos al kilómetro cero". Esa es la lógica del castrismo ante el panorama que se avecina. Quiere un borrón y cuenta nueva. Habría que ver si Zapatero lo permite.