www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
   
 
La sed de lo perdido
¿Dónde estaríamos hoy, de no haber sido por...?
por RAFAEL ROJAS, México D.F.
 

El título de Eliseo Diego capta ese síntoma tan bien descrito por Agustín Tamargo en los artículos memorables de Furias e improperios (San Juan, Puerto Rico, 1972). Sabemos que Cuba nunca volverá a ser como era antes de 1959 ni como pudo haber sido si el gobierno que llegó al poder en aquel año dramático no hubiera degenerado, al mando de Fidel Castro, en una dictadura comunista.

F. Castro
Castro: el problema común de los cubanos.

Lo sabemos, sí, pero no podemos evitar el lamento por un presente y un futuro alternativos, más esperanzadores y mejor insertados en la tradición liberal y republicana de la Isla. Niall Ferguson y otros filósofos de la llamada "historia contrafáctica" piensan que lo que verdaderamente se pierde en el tiempo no es lo que no ha sido sino aquello que pudo ser y no fue.

Cuba pudiera ser hoy el país más próspero, más equitativo y más democrático de América Latina. Lo sería de no haber sido, fundamentalmente, por el castrismo. No por el batistato ni cualquier otro de los regímenes republicanos que jamás rebasaron los diez años: Machado duró nueve, los auténticos ocho y Batista sus cuatro primeros, seis después y en las últimas semanas de 1958 estaba dispuesto a terminar la guerra y negociar una transición democrática.

Lo sería también si Eduardo Chibás no se hubiera suicidado en agosto de 1951 o si Roberto Agramonte hubiera vencido en las elecciones de 1952. Además de haber experimentado un breve gobierno académico —antecedente del de otro gran sociólogo latinoamericano, Fernando Henrique Cardoso, en la presidencia del Brasil—, cualquiera de las dos opciones opuestas a los auténticos, la batistiana o la ortodoxa, habría terminado perfeccionando, no destruyendo, el orden constitucional de 1940.

El elemento verdaderamente perturbador de la historia de Cuba es la llegada al poder, en 1959, de un personaje tan voraz e insaciable, tan maquiavélicamente dotado para adueñarse de un país como Fidel Castro. Antes que él, ningún otro político cubano se había propuesto algo tan monstruoso como apropiarse de una nación y ninguno poseía las perversas virtudes que se requieren para lograrlo durante medio siglo.

Lo que pudo ser y no fue

Imaginemos a Cuba hoy y mañana sin el imponderable Castro en nuestro pasado. La población de la Isla sería de unos 15 millones de habitantes, soberanos y capaces de sacar ventajas de la proximidad de Estados Unidos. La economía cubana tendría un crecimiento anual más acelerado que el de Chile y un ingreso per cápita mayor que el de Costa Rica. Nuestro régimen político sería democrático y nuestra cultura una de las más sólidas del hemisferio occidental.

De no haber sido por Castro, habrían permanecido en Cuba los grandes creadores de la cultura insular que han tenido que exiliarse en los últimos 50 años: Ernesto Lecuona, Jorge Mañach, Gastón Baquero, Eugenio Florit, Lydia Cabrera, Cundo Bermúdez, Julián Orbón, Aurelio de la Vega, Leví Marrero, Manuel Moreno Fraginals, Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy, Reinaldo Arenas, Heberto Padilla, Jesús Díaz, Raúl Rivero.

De no haber sido por Castro, hoy la ciudadanía cubana no sólo sería más próspera, equitativa y responsable, sino espiritualmente más cosmopolita y refinada. Bastaría para convencernos de lo anterior el dato elemental de que dicha ciudadanía habría vivido bajo la educación sentimental de esos grandes intelectuales exiliados y en contacto fluido con la cultura occidental, no en la forzosa "hermandad" con Europa del Este ni en ese aldeanismo partisano en que la mantiene el régimen.

De no haber sido por Castro y aquellos que todavía hoy lo defienden en la Isla y en el mundo, los cubanos no estarían tan endemoniadamente divididos entre pequeñas parcelas de ambición ni tan incapacitados para una vida democrática que sólo puede ser construida a partir de la pacífica pluralidad de diversos proyectos nacionales. De no haber sido por Castro y por tantos castristas, voluntarios e involuntarios, estaríamos decidiendo nuestro destino en La Habana.

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