Fidel Castro acaba de cumplir 79 años, y en Cuba —como ya viene siendo costumbre desde hace algún tiempo— se han lucido con homenajes y ditirambos. Hubo una época en que la prensa cubana no registraba ese cumpleaños, cuando la mayoría de la población no sabía muy bien ni qué día ni en qué año había nacido Castro, ni sus retratos eran omnipresentes. Entonces se decía que los comunistas cubanos no caerían en el obsceno y ridículo culto a la personalidad que caracterizaban a las tiranías de Mao y Kim Il Sung, cuyos títulos de "Gran Timonel" y "Querido y respetado líder", respectivamente, eran citados con sorna entre los bolches caribeños.
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Portada de 'Granma' del 13 de agosto: ¿la única noticia del día? |
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Pero toda tiranía, si dura lo bastante, termina por ser la caricatura de su propia leyenda, y la prosa reverencial que ya se gastan los gacetilleros del castrismo ha llegado a límites francamente grotescos. El editorial de Granma del sábado 13 de agosto, dirigido al Comandante y firmado, devotamente, por "Su pueblo", excede en servilismo y cursilería a cuanto habíamos visto hasta ahora. De principio a fin estamos frente a una escritura hinchada, pomposa, repleta de elogios desmesurados:
"Creían los griegos que el sol era transportado en un carro; los egipcios imaginaban que viajaba en un barco de velas al viento. Los cubanos patriotas sabemos firmemente que el sol lleva verde olivo el traje, tiene alma guerrillera de ideales justicieros y botas de incansable escalador de montañas y sueños… Comandante, cuando en el firme de la Sierra aprendió cómo hacer victorias, ya fueron posibles por siempre los amaneceres".
Gol en portería propia
En este punto, el invencible "choteo" cubano obliga a la inclusión de una sonora trompetilla; mas, de repente, uno empieza a sospechar que esta glorificación desvergonzada no puede haber sido escrita en serio; que se trata, por el contrario, del medio que alguien —o algunos—, en nombre del pueblo de Cuba, ha elegido para burlarse del anciano dictador el mismo día de su cumpleaños y desde la primera página de su periódico.
Visto así, la lectura de este texto se hace reveladora de otra realidad que de inmediato nos obliga a incluirlo en la venerable tradición del sarcasmo político, del que poetas satíricos, humoristas y hasta cronistas e historiadores se han valido a lo largo del tiempo para poner en ridículo a los que ejercen el poder.
Partiendo de esta premisa, este editorial laudatorio, repleto de lugares comunes y de frases de retorcido alambicamiento, adquiere una mayor coherencia: se la da la ironía. La oración con que comienza el primer párrafo —"La madrugada con sus rumores de monte, su silenciosa soledad húmeda, y su densidad de horas próximas a la aurora, siempre es momento propicio para los nacimientos guerrilleros"—, cruda reminiscencia de alguna alabanza cursi —"picúa", diríase en Cuba— de poetisa aldeana, se convierte en el exordio deliberado de una chanza política, el guiño que nos hace el anónimo autor.
Todo lo que sigue —el alumbramiento de la historia, la cita memorable del comandante de que "sólo el pensamiento viaja más rápido que la luz" para afirmar de seguido que el líder máximo es la misma luz (es decir, la luz misma) por su "capacidad maravillosa de crear claridades", hasta comparar la leyenda castrista con la firmeza de "los horcones de la cabaña de la Comandancia en la Maestra" (que sabe Dios si ya están podridos)— sólo tiene coherencia y sentido desde el punto de vista de una gigantesca cuchufleta.
Por mucho que la gravedad comunista haya desnaturalizado la tradicional picardía cubana, su medular irreverencia, no es posible que este catálogo de encomios pueda tomarse en serio; sería aceptar la absoluta desnaturalización de una cultura, su perversión raigal, debido a elementos totalmente foráneos. Por drásticos que hayan sido los cambios ocurridos en el carácter del pueblo cubano, semejante transformación resulta inadmisible en el plazo de menos de medio siglo.
Sobran entonces fundamentos para creer que se trata de una mofa monumental que los celosos censores —temerosos de que pudiera ponerse en entredicho su lealtad al Supremo— no tuvieron el coraje de cuestionar.
La divertida lectura de este texto me hizo recordar la retractación que el poeta Heberto Padilla leyera en la Unión de Escritores de Cuba en 1971 y que, a fuerza de ser desmesurada, consiguió alertar a la inteligentzia del mundo sobre la verdadera naturaleza del castrismo; también me hizo recordar el famoso calambur en que, disfrazada de galante pregunta, Quevedo le mencionó públicamente su cojera a una reina de España ("entre el clavel y la rosa, Vuestra Majestad es-coja").
El ingenio de la palabra suele tener una extraordinaria autonomía para sobreponerse —y burlarse— de los poderes que la oprimen. Quien redactara para Granma ese editorial repleto de alabanzas a un viejo dictador, consciente o inconscientemente se propuso ponerlo en ridículo y lo logró —nunca dicho con mayor propiedad— "en sus propias barbas".
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