www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
   
 
Hombres en peligro
¿Son estos los coletazos finales de un dictador que tramita su viaje hacia la historia universal de la infamia?
por RAúL RIVERO, Madrid
 

Las pantallas de los ordenadores, el papel de los diarios y las ondas hertzianas, tienen una rara cualidad deshumanizadora. Uno lee el nombre de un amigo, de una persona cercana y querida y está marcado de inmediato por una distancia de origen desconocido.

M. B. Roque
René Gómez Manzano (dcha.) se encuentra 'plantado' en 100 y Aldabó.

Se debe, entonces, ponerle rostro al nombre, carne a las palabras, sentimiento a las resonancias de las sílabas. Eso hice esta mañana cuando leí que René Gómez  Manzano, el brillante abogado y opositor cubano, se plantó en su celda del sombrío manicomio que el Ministerio del Interior inauguró, como si se tratara de un centro comercial, en lo que fue un reparto residencial de clase media, Aldabó, al sureste de La Habana.

Allí está, entre aquellas paredes y en aquella atmósfera opresiva, un hombre culto, cívico, decente donde los hubiere. Por esas virtudes, precisamente, ha pasado años y años enfrentado al totalitarismo y bajo los tormentos, sutiles o bastos, de que dispone en la Isla el piquete de gánsters que secuestró el país.

Especialista en derecho internacional, conocedor como pocos de las trochas de la espuria Constitución de 1976 y de sus fraudes, Gómez Manzano ha sido siempre, para centenares de opositores, la garantía de saber, al menos, mediante qué trampa ibas a parar a la cárcel.

Sé que cada que vez alguien tenía problemas con la policía, la primera reacción era esta fórmula esperanzadora: llama al doctor Manzano a ver si se puede hacer algo.

René, que la única posibilidad que tiene ante la inmensa cama que le tiende ahora el comando estratégico del Nuevo Vedado, es consultarse a sí mismo en las noches de insomnio de 100 y Aldabó, acaba de decidir que debe ponerse en huelga de hambre para demostrar a sus carceleros que los acosos horarios, las humillaciones programadas y experimentadas en miles de otros prisioneros, no van a doblegar su espíritu que viene de otras rejas, donde estuvo y salió indemne.

El episodio de la visita de su hermano, otro hombre serio y callado que ha vivido las agonías de René en solitario, violan hasta el burdo papelón suscrito —en forma de Carta Magna— por la burocracia estalinista para regir, controlar y asfixiar al pueblo cubano.

Le prohíben hablar del proceso por el cual puede ir a cumplir veinte años. Le prohíben recibir aseo personal y alimentos y, si pudieran, le prohibieran respirar, ver la luz, contar las cucarachas, espantar los mosquitos y beber el agua tibia y contaminada que se conserva con larvas y microbios en los místicos pomos plásticos de los presos.

Esta es una nota de alarma que hace también un viaje en rayo por el cielo de la República y llega a Guantánamo. Allí, en la desarbolada cárcel provincial, un policía que también tiene nombre, hostiga, maltrata y agobia a mi colega y amigo Víctor Rolando Arroyo, el único hombre en el mundo condenado por regalar juguetes a niños pobres.

Hay otros muchos supliciados en aquella isla cubierta por el azogue de la propaganda y exaltada por la nostalgia y la viudez de otros pícaros con boinas y revólveres. Hoy he querido mencionar, hacer presentes a estos amigos, a estos seres humanos que quisieran ser libres ellos mismos (y lo son) y que trabajan pacíficamente para que vivan también en libertad, para siempre, todos los cubanos.

Pueden ser, como dicen los expertos, coletazos finales del viejo dictador que tramita su viaje hacia la historia universal de la infamia. Pueden ser, pero los golpes los están recibiendo, los mejores, los que salieron al aire y a la luz a pecho descubierto.

Hacerlos presentes, convocarlos por todos los medios, no alivia sus dolores, ni contiene las hemorragias, pero debe hacerles sentir a ellos, y a sus familiares, más ligera la soledad y más claro el anuncio.

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