www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
  Parte 3/4
 
¿Bloqueo o embargo?
Rigor lingüístico y responsabilidad política: Algunos gobernantes deberían aprender de nuevo la lengua de Cervantes.
por MANUEL PEREIRA, México D.F.
 

La militarización sistemática de la sociedad cubana —so pretexto de la Espada de Damocles del "bloqueo"— permite además el control total de la economía, la eternización de la libreta de racionamiento con su secuela de desdicha doméstica, la censura en los medios de comunicación —todos de propiedad estatal—, así como la vigilancia policial más minuciosa y, por ende, la paranoia, impidiendo por supuesto el pluripartidismo, la propiedad privada (incluso a niveles irrisorios), el libre flujo de ideas, la libertad de reunión e incluso —en ocasiones— la libertad de movimiento dentro de la nación; amén de que —en nombre de esa guerra imaginaria siempre anunciada— también se prohíbe a los cubanos practicar el turismo internacional a título estrictamente personal.

Objetivo: compasión

Gracias al bloqueo se ha echado en saco roto lo que Martí le escribió al general Máximo Gómez: "un pueblo no se funda como se manda un campamento".

Pero aún tiene otra ventaja para el gobierno cubano la palabra "bloqueo", y es que consigue inspirar más lástima que los vocablos "embargo" o "boicot". El régimen, que tanto se llena la boca para hablar de "dignidad" y "coraje", debería ser más decoroso y no quejarse tanto del supuesto bloqueo impuesto por su enemigo ancestral.

No se entiende que si yo odio a Juan el tendero de la esquina —y si éste en justa reciprocidad también me detesta—, luego yo ande por ahí quejándome de que Juan no me vende ni un alfiler en su establecimiento. Semejante conducta, lejos de ser digna, más bien resulta patética y deplorable.

El afán de infundir compasión en otras naciones del mundo es a todas luces una indignidad, por no decir una inmoralidad. Con la excusa del bloqueo, La Habana disimula todos los fracasos de la economía planificada echándole la culpa a los norteamericanos y, de paso, consigue excitar la solidaridad de otros gobiernos o grupos de personas. Con esos cantos de plañideras, siempre recibe ayudas, ya sean simbólicas o materiales, lo mismo directas que indirectas, que a la corta y a la larga le permiten mantenerse a flote.

¿Por qué entonces la Cumbre de Salamanca adoptó la palabra "bloqueo" en contra del sentido común y de la realidad histórica? ¿Para facilitarle al gobierno cubano su viejo vicio del victimismo y sus jeremíadas ante el mundo preñadas de mendaz mendicidad?

Lloriqueando ante el universo entero, el gobierno cubano no tiene que ocuparse de levantar su economía porque espera recibir ayudas externas y seguir viviendo del cuento. Tal es el objetivo del uso y abuso de la palabra "bloqueo" hacia el exterior, mientras que hacia el interior, el término se ha perpetuado en el discurso oficial para confundir a los cubanos, haciéndoles creer —o al menos intentándolo— que el origen de todas sus calamidades está en el vecino del Norte, contra quien —ya de paso— se fomenta el odio gracias a la fábula del asedio.

El mito de ese cerco que no existe garantiza un estado de excepción permanente, el enrarecimiento de la atmósfera nacional sin derechos humanos, ni garantías individuales.

Con Dios y con el Diablo

Pese a toda esa evidencia, los cumbreros de Salamanca decidieron poner una de cal y otra de arena, en un intento de quedar bien con Dios y con el Diablo al mismo tiempo. Bien con La Habana al estampar en el documento la palabra "bloqueo", y bien con Washington al añadir esa curiosa ristra de adjetivos. Así, sin incluir en el comunicado la voz "embargo" —que es lo que hubieran querido los americanos—, enumeraron sus atributos: comercial, financiero, económico.

Pero hay un problema. Calificar el bloqueo con estos adjetivos es como decir de una víbora que es inofensiva, apacible y mansa. O sea, un oxímoron estrepitoso.

La falta de precisión en el lenguaje de un poeta, o en el habla cotidiana de la gente de a pie, no es grave. Incluso puede resultar agradable y hasta creativa —como en el caso de Cantinflas—; pero cuando esa carencia de rigor expresivo la padecen individuos que dirigen los destinos de millones de personas en el planeta se trata de algo realmente alarmante.

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