www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
  Parte 1/2
 
Nosotros que nos queremos tanto
¿Están los cubanos preparados para la construcción de un Estado de derecho?
por LADISLAO AGUADO, Madrid
 

Un tarde del otoño de 2001, le pregunté a Jesús Díaz si los cubanos estábamos preparados para la construcción de un Estado de derecho en la Isla. Jesús Díaz corrió la vista sobre un amplio librero a su izquierda, reparó en algún título, y miró atento la pequeña grabadora que se interponía entre nosotros. Fumó, y desde la Avenida General Perón una moto nos dejó un ruido quebradizo a través de las ventanas. "Mira, nadie está preparado para lo que no ha hecho nunca, se prepara haciéndolo", y se internó en los miedos que le provocaba el futuro nuestro, con tantas incertidumbres y tantas pretensiones de poder. "Debemos luchar para que la balanza se incline hacia el lado de la paz", me dijo después, como muy preocupado.

Y a mí me lució enorme el tamaño de su preocupación, desmedido tal vez. Creía que la paz, la democracia y la construcción de un Estado de derecho eran el después lógico del régimen de Fidel Castro. Suponía que tras casi medio siglo de padecimientos totalitarios, el pueblo cubano habría saciado sus apetencias caudillistas, sus anhelos sectarios y el frenesí de protagonismo que a ratos sacude a unos y a otros como el más temible de todos los ciclones. Pero ya no estoy seguro.

Aunque cueste aceptarlo, la voluntad de mando, las ansias de feudo y las golosinas que todo poder provoca, son quizás halagos demasiado fuertes para soportar su ausencia. Como una enfermedad recurrente, la intolerancia y sus percances ideológicos han segado siempre, en el suceso nacional, cualquier iniciativa de consenso cívico y respeto a las diferencias.

¿Por qué entonces, una vez llegado el fin del régimen de Fidel Castro, las circunstancias serán diferentes? ¿Está acaso el pueblo cubano dispuesto a aprender realizar ese "algo" que nunca ha hecho? No lo sé.

Desorden y albedrío

Un seguimiento de los sucesos políticos cubanos, más que acallar las inquietudes, agiganta las sospechas.

Desde las luchas de independencia hasta la dictadura de Fidel Castro, hemos sido nosotros, aun nos pese, quienes hemos arruinado los bellos finales que nos prometimos al comienzo de cada gesta. El enemigo hizo su parte. Nosotros, el resto a nuestra contra. Un resto, que a veces ha pesado más que toda la ferocidad adversaria.

La guerra de 1868 se iba a perder de cualquier manera, podría enunciar alguien que conozca las causas de su fracaso. Pero también que habría sido distinta, admitirá, sin los brotes masivos de regionalismo, las disputas legislativas y el ímpetu de figuración y mando que encandiló a muchos de sus mejores hombres. Este fracaso se cobró en vida, encarcelamientos y deportaciones la obra y los sueños de cientos de cubanos.

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