A ciencia cierta no se puede precisar cuándo la marihuana se extendió a lo largo y ancho de la Isla. En 2000, un señor que dos veces al mes viajaba a Camagüey en busca de queso para revender en la capital, contaba sobre los registros de la policía en la carretera: "Paraban el ómnibus o el tren y registraban todo el equipaje. Si te cogían con carne de res, café en grano, langosta, camarones o con el propio queso, estabas frito. Pero en realidad lo que la policía buscaba era marihuana, porque hay un gran mercado en La Habana".
La marihuana siempre fue relativamente barata. 20 pesos valía antes un cigarrillo, pero últimamente se conseguían por 10 y hasta por 5. La cocaína, por su alto costo, no gozaba de la misma popularidad. Aumentó la demanda, bajó el precio y con dos dólares los aficionados al "cambolo" (versión criolla del crack) obtenían una piedrecita para "esnifear" (inhalar). La "melca" (cocaína en polvo) disminuyó de 50 dólares el gramo a 25, y por 5 dólares se podía adquirir un "papelillo" con una ración mínima, suficiente para darse un "viaje a Colombia", frase empleada por los drogadictos para denominar su evasión o "vuele".
Antes de 1959, salvo excepciones, los adictos a la cocaína se localizaban entre la clase pudiente. Miguel Matamoros, uno de los más importantes compositores cubanos, creó en los años treinta La cocainómana. La canción, bellísima, fue rescatada por Pancho Amat y su grupo El Cabildo del son, e interpretada por Silvio Rodríguez. Se escucha o escuchaba en emisoras de radio nacionales.
La cocaína fue ganando la calle y masificándose a medida que el turismo se desarrollaba, a finales de los ochenta y principios de los noventa. Pero echarle la culpa solamente a los turistas y buscadores de sexo barato es pretender tapar el sol con un dedo. Si en las naciones del primer mundo algunos encuentran en las drogas una forma de eludir la enajenación o incomunicación de sus sociedades, en países como Cuba las personas, insatisfechas, frustradas, marginadas y hambrientas, buscan también la evasión, aunque acudiendo a drogas más baratas y dañinas, o mezclando alcohol con pastillas psicotrópicas.
Los oledores de bage o pegamento de zapatos, por cierto, no son exclusivos de Brasil, Venezuela, Perú u otros países latinoamericanos. En Cuba también hay adictos. "En una procesión de San Lázaro, el año pasado, conocí a un muchacho que en vez de llevar una caneca de ron, como la mayoría, traía un pomito con bage que a cada rato se ponía cerca de la nariz y aspiraba. Estaba completamente enviciado. Y lo peor era que la madre había fallecido a consecuencia de este terrible vicio", comentaba por estos días una vecina.
Como es habitual, en Cuba la desinformación genera "bolas" y toda clase de rumores. Se especula que en la Operación Coraza unos cuantos pejes gordos habrían caído, entre ellos dos ministros. Y que también estarían encerrados famosos como el atleta Javier Sotomayor y el músico Juan Formell, a quienes en la calle se les atribuye un marcado gusto por "la coca que sofoca", como dice el estribillo de la canción de Matamoros. |