www.cubaencuentro.com Jueves, 20 de marzo de 2003

 
Parte 1/2
 
El coloso habanero
La arquitectura como emblema: Aproximaciones al pasado, el presente y el futuro del Capitolio Nacional.
por HéCTOR MASEDA, La Habana
 

La atmósfera que hoy se respira en los alrededores del Capitolio de La Habana es muy diferente a la concebida por quienes tuvieron bajo su responsabilidad la creación de esta obra arquitectónica, construida entre los años 1926 y 1929 en el corazón del
Capitolio de La Habana
Capitolio de La Habana (Giovanni Zanzi)
entonces Campo de Marte: Colas interminables en las que languidecen miles de personas esperando la guagua o el popular "camello"; vendedores ambulantes ofertando cualquier tipo de producto casero, comerciable o no; decenas de policías uniformados acompañados de perros entrenados para detectar drogas, armas u otros artículos no autorizados —que piden constantemente identificación— son el pan de cada día en esta zona de la capital.

El otrora Campo de Marte —área verde refrescante y celosamente atendida años atrás— actualmente se muestra en todo su abandono. La famosa esquina de Monte y Cienfuegos, estimulada con algunos nuevos establecimientos estatales que comercializan en dólares, se ha convertido en punto de contacto de jineteras y proxenetas, quienes acuerdan citas amorosas con turistas que arriban a la Isla en busca de placeres baratos.

Algo de historia y otras aproximaciones

Los estudios de factibilidad del Capitolio se comenzaron el 15 de marzo de 1926, durante el gobierno del general Gerardo Machado y Morales. Las obras concluyeron el 20 de mayo de 1929 y se proyectó un presupuesto original ascendente a 3,5 millones de pesos (que en la época guardaban paridad con el dólar estadounidense), que no incluía el decorado interior, la preparación de áreas exteriores, las oficinas del Congreso y personales de los parlamentarios, el mobiliario y la urbanización de los accesos al edificio.

Entre el proyecto original y lo que finalmente resultó existen semejanzas generales, pero diferencias en cuanto a dimensiones, calidad de los materiales empleados, distribución interior, ornamentación, decorado y dotación del mobiliario.

La denominación de Capitolio no se adoptó caprichosamente. Fue resultado de una encuesta pública —a modo de referendo—, patrocinada por el entonces secretario de Obras Públicas, Dr. Carlos Miguel de Céspedes. Al parecer, pesó mucho en la decisión popular el prestigio latino del Capitolio de Roma.

Desde el comienzo de las obras se observaron dificultades no previstas. No era posible utilizar los cimientos de su antecesor (muros, pilares de fuerza y cubiertas), el Palacio del Congreso, tal y como se había pensado, debido a que las nuevas cargas estructurales serían muy superiores a las anteriores.

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