El miércoles fue día de suerte para el viejo Reinaldo, 77 años. Hurgando en los depósitos de basura, encontró una lata casi llena de sardinas en aceite, envasada en España. No fue lo único.
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La Habana. Asilo de ancianos. |
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Después de hartarse volvió a los latones. Con parsimonia policial continuó el registro. En el fondo, entre unas cucarachas inmensas y un enjambre de gusanos, halló dos pantalones aún en buen estado. Aunque le quedaban un poco holgados, no le venían mal para cambiar su muy deprimente look.
Pero el premio gordo estaba en el bolsillo izquierdo de uno de los pantalones. Al anciano por poco le da un infarto al ver el billete doblado de 20 dólares. Lo abrió y miró detenidamente, con sus ojos lagañosos y tristes. Y dio gracias a Dios.
Fue a la Cadeca más cercana. Se lo canjearon por 520 pesos. Cinco meses del salario que devenga por su jubilación, de 100 pesos mensuales.
No lo pensó dos veces. Compró dos libras de pan de flauta y tres de jamón, varias cajas de cigarro y el resto se lo bebió ceremoniosamente una madrugada cómplice, con otros ancianos tan sucios, pobres y solitarios como él.
La escena es poco edificante. En el pabellón de un desvencijado asilo, seis o siete personas que ansían la muerte —ésta se les resiste una y otra vez— tragan un ron infame, recordando su juventud. Borrachos se van a la cama. A la mañana siguiente vuelven a su odisea.
José, de 81 años, rostro picado por la viruela, artrítico y casi ciego, se sentará a vender jabitas de nylon a dos por peso. Pedro se estacionará a la entrada de una cafetería y se comerá la sobra que dejan los clientes. Luego recorrerá las mesas pidiendo limosna. "Pero la caridad está en extinción. No pocas veces regreso al asilo con los bolsillos vacíos", asegura.
En el asilo le garantizan dos comidas calientes al día, pero suele ser escasa. No digamos que mala: para estos ancianos no hay comida mala, "cualquier cosa es buena. Siempre tenemos hambre. Es una constante en nosotros", dice Reinaldo, el héroe de este miércoles invernal. |