www.cubaencuentro.com Jueves, 20 de marzo de 2003

 
 
 
Calderos tiznados
por RAúL RIVERO, La Habana
 

La medalla de disciplina se la entregaban a fin de año por consideración a la familia. Las otras las ganaba con esfuerzo y honradamente, sin abandonar nunca una especie de alegría invencible que lo individualizaba en la marca azul de los uniformes de la escuela primaria.

Lo distinguía también el aro de sus espejuelos de miope fundamentalista. La habilidad para cualquier deporte y su pasión por aprenderse de memoria anécdotas y detalles de la vida de grandes personajes de la historia.

No tenía mucha suerte con las niñas, ni la tuvo después con las muchachas. Así es que hoy, a los 58 años, es un solterón de ojos de buey, afable y explosivo, que vive solo en la casa donde nació ahogado por los libros y esclavo de la radio de onda corta.

No estudió ninguna carrera universitaria. Fue viviendo de lo que daba la finquita del viejo y, al final, de muchos oficios que aprendió en la vida con resolución y el optimismo salvaje que llena cada minuto de su viaje por la tierra.

Dios, Dios siempre está conmigo y me ha dado mucha fuerza, me dice en medio de este reencuentro de condiscípulos que ha convocado la amistad y la nostalgia. Los domingos rezo con la comunidad, pero yo hago mis plegarias todas las noches y duermo tranquilo hasta que amanece y voy a lo mío.

Lo mío en estos momentos es un bicitaxi. Hice yo mismo el aparato y lo bauticé con el nombre de Mahatma Gandhi, porque fue en una película india donde vi por primera vez este tipo de vehículo. Gano para vivir. Cuando doy mi primera carrerita al hospital o a la estación de trenes y me entran cinco pesos, digo ya está la cosa. Aquí en el pueblo un litro de leche, por detrás del telón, me sale en cuatro pesos, no sé allá en La Habana.

En esto llevo dos años. Fui mensajero de bodega, árbitro de pelota (no seguí porque no era confiable políticamente), maletero en el ferrocarril, camarero en una paladar (ya las cerraron todas), constructor y vendedor de barriletes, acompañante de enfermos, artesano (sandalia para señoras), entrenador y peluquero de perros, buquenque en la piquera, pescador de agua dulce y jardinero.

Tuve otros oficios: entre el 93 y el 94, cuando todo el mundo cocinaba con leña (ahora sigue con leña un por ciento menor), me dediqué a fregar calderos tiznados. Cinco pesos cada pieza. Por las noches, era expurgador. Sacaba piojos. Me hice un experto. Otros cinco pesos por cabeza (literalmente).

Yo no dejo que me destruya nadie, dice Emilio J. Nodal y se quita los espejuelos para limpiarlos.

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