www.cubaencuentro.com Martes, 29 de abril de 2003

 
   
 
¿Guerra de párrafos?
En Ginebra, a la propuesta costarricense que condenaba la represión en la Isla, La Habana opuso una vez más el caballo de batalla del embargo.
por ALCIBíADES HIDALGO, Washington
 

Para evitar que la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas incluyera en su última resolución sobre Cuba una referencia explícita a las recientes condenas y fusilamientos decididos por Fidel Castro, la cancillería cubana movió el alfil del embargo.

Dagoberto Rodríguez
Dagoberto Rodríguez, jefe de la Sección de Intereses de Cuba en Estados Unidos, tras conferencia de prensa.

Una tesis favorita de la diplomacia de la Isla es atribuir la situación de derechos humanos sobre la que se reclama un necesario escrutinio en los foros internacionales, a las consecuencias del embargo. Un país amenazado, bloqueado, casi en guerra económica o total, no puede permitirse derechos individuales o de libertad de expresión o de asociación por muy universales que éstos sean. Con igual lógica, la existencia de sanciones comerciales y financieras por parte de Estados Unidos es una violación de esos mismos derechos que Cuba se ve obligada, por tanto, a no respetar.

Al igual que sucede con la crisis inacabable de la economía, el embargo norteamericano sirve como recurrente chivo expiatorio cuando llega el difícil momento de las explicaciones. Un argumento que apela con éxito a la buena conciencia occidental y que se reserva para momentos de excepción.

Así parece que sucedió en la última reunión de Ginebra, pese a la presidencia de Libia y la presencia este año en las filas de la CDH de numerosos países africanos y asiáticos inclinados a favorecer las posiciones del Gobierno cubano.

Frente a una propuesta costarricense que elevaba el tono a una resolución más que moderada sobre su cada vez peor expediente, La Habana presentó la suya, que trasladaba una vez más toda la culpa al embargo. Como se calculó acertadamente, ambas fueron rechazadas. Cuba llamó a este ejercicio diplomático un "estrepitoso fracaso" (de sus adversarios, por supuesto), sin entrar en detalles de cómo se fraguan tales victorias. La resolución original que pide que se admita la presencia de un enviado del Alto Comisionado para los Derechos Humanos fue aprobada por decimosegunda vez, aunque se sabe que la apelación será en vano.

"Guerra de párrafos" llamaban algunos escépticos ex colegas de la diplomacia cubana a estas batallas tan al gusto de la Isla, en que unas ideas salen del tablero sacrificadas por otras piezas que también deben abandonar la partida.

Para sus explicaciones del episodio en Ginebra, el canciller Felipe Pérez Roque utilizó —aunque con menos garbo— el estilo de completa irrealidad que hizo de Mohamed Said Al-Sahaf, ministro iraquí de información, el personaje más popular de la segunda Guerra del Golfo. En Ginebra —dijo sin rubor— Cuba no fue condenada, aunque llamó "lacayos" a los 24 países que opinaron lo contrario. Pérez Roque habló de una escandalosa derrota del imperialismo y rechazó de paso cualquier colaboración con la ONU en materia de conocimiento de la realidad cubana, la misma respuesta durante los catorce años que ya dura la polémica.

Serían para calificar como una dislate lingüístico las apreciaciones del segundo Robaina de Fidel Castro si no sirvieran para intentar un tímido arrepentimiento por los fusilamientos innecesarios, que resultan inadmisibles hasta para los amigos íntimos de La Habana. La ejecución de tres jóvenes negros de los barrios populares de la capital cubana se presentó ahora, en las palabras del portavoz del Gobierno cubano, como una "medida disuasoria", que el mando militar de la Isla asumió obligado "por las circunstancias especiales que vive el país, y con dolor". En Cuba no existe un Ministerio de Información, pero alguien debe hablar como el iraquí Al-Sahaf, anunciando en la Mesa Redonda el sacrificio de "infieles".

Todo sucedió, según esta versión, para evitar un éxodo masivo y una guerra con Estados Unidos, que presumiblemente no sería de párrafos.

Es como hablar ante un mundo sin memoria. Como si nadie recordara que fue Fidel Castro quien utilizó a su antojo el éxodo masivo —quizá la versión caribeña de las armas de exterminio en masa— contra las administraciones demócratas de Lindon Johnson, James Carter y Bill Clinton. Porque sólo Fidel —y únicamente él, que sabe cuánto preocupa esta "opción final" al vecino del Norte—, decide cuándo el arma de la costa debe ser activada.

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