www.cubaencuentro.com Martes, 29 de abril de 2003

 
  Parte 1/2
 
Aguardando una señal
Una cámara enfocó a los vecinos de Raúl Rivero cuando era arrestado por la policía política. En esas imágenes, que han recorrido el mundo, está reflejada la espera.
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

Pasa que al parecer aquí no pasa nada. Aunque pasa. Sólo que pasa como si no pasara. Ese endiablado instinto de conservación que a fuerza de trampas y de palos llegó a convertirse en la huella dactilar de nuestro espíritu, está en cuarentena desde hace muchos días. Tal vez no lo vean quienes únicamente usan los ojos para ver, pero es bien visible.
Detención de Raúl Rivero
Arresto del poeta y periodista Raúl Rivero. La Habana, 20 de marzo de 2003.
La gente se levanta, como de costumbre, diríamos que dispuesta a continuar esperando: por el Camello que no llega, por los cuatro granos del racionamiento, por el petróleo y el agua que faltan otra vez, porque al fin se trabaje en los centros de trabajo, por la remesa y las píldoras salvadoras que manda el pariente de la diáspora, por los incrementos que auguran cada año en la producción de viandas, por los huevos que no acaban de poner las gallinas, el pescado que no cae en la red, la leche que no dan las vacas. La gente, diríamos, espera que el periódico traiga al fin algo más que desinformación, la noche algo más que apagones, el amanecer algo más que tropiezos, el discurso algo más que doctrina y bravatas. Pero ciertamente en estos últimos días la gente se comporta como si esperara señales que no alinean en el grupo de aquellas que, diríamos, se acostumbró a esperar. Lo que pasa es que espera como si no esperara.

Una oportuna cámara enfocó a los vecinos del poeta y periodista Raúl Rivero cuando era apresado injusta, impunemente, por la policía política. Y en esas imágenes, que han recorrido el mundo, está reflejada la espera. Entre los pocos que aquí pudieron verlas, hay quienes describen a los espectadores con semblantes tristes o apenados; otros aseguran incluso que el reo fue llevado entre aplausos. En todo caso, nadie reconoce haber visto una sola expresión de rechazo, ni de pánico, en los rostros, y a nadie le sorprende. De la misma manera que nadie muestra ya extrañeza por la ausencia de aquellos camiones repletos de "pueblo enardecido" con los que, hace todavía poco tiempo, el Gobierno pretendía legitimar atropellos de esta índole.

Muy lenta, sutilmente, aunque no tanto como para que no se note, le van sobrando escamas al viejo carapacho de la impunidad.

Semanas atrás, durante el asedio indiscriminado de que fueron víctimas los dueños de cafeterías y otros negocios particulares que aún sobreviven en Cuba, se registraron no pocos intercambios de frases áridas y caras largas entre el pueblo y las fuerzas represivas. Al punto que la prensa oficial se vio precisada a recordar la existencia de leyes que condenan la más leve señal de desacato ante lo que aquí llaman la "representación del orden público".

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