www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
  Parte 2/2
 
Agua para las bestias
La carnicería como espectáculo: Al margen de la ley pero a la luz del día, las peleas de perros se han puesto de moda en la mayor de las Antillas.
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

Claro que dinero tienen, aun cuando estén lejos de alcanzar las cuentas bancarias de sus ídolos.

Cada uno de los enfrentamientos que organizan estos potentados de bisutería les puede reportar no menos de 200.000 pesos. Sus bestias también se cotizan en cifras de tres y cuatro ceros aun recién nacidas. Sin contar los gastos que demandan por concepto de cuidados especiales. De hecho, en una sola semana un perro de pelea consume mayor cantidad de carne y vitaminas que cualquier cubano de a pie durante el año. Todos disponen de las atenciones de un veterinario a tiempo completo y de uno o más empleados que atienden desde su aseo hasta su protección. Todos son entrenados por expertos. Y desde luego que se trata de servicios muy bien pagados, los cuales no son los únicos que genera esta práctica, sostenida por una infraestructura que comprende, además, otras plazas como la de jueces para los combates, centinelas, choferes, guardaespaldas para los animales y sus dueños (que son uno los dos), así como abogados, testigos y depositarios para las apuestas, ya que a las lidias de los Stafford habaneros clase A no se puede asistir con dinero en efectivo. Las jugadas se cierran tres días antes, frente a una representación legal que les da cobertura de préstamos, y luego quedan depositadas en lugar seguro, testigos de por medio, bajo la custodia de alguien que se responsabiliza con su entrega al ganador.

Hablo de las peleas entre los Stafford clase A, porque en La Habana existen dos especies de perros peleadores, del mismo modo en que hay dos categorías de perreros y dos tipos de enfrentamientos. La otra clase, menor, está formada por individuos muy jóvenes y/o adolescentes, que poseen animales no "auténticos", o sea, que se han cruzado genéticamente con razas "inferiores" y que por tal motivo resultan menos feroces y valientes. Pero esta categoría apenas cuenta. Es sólo un peldaño de posible ascenso hacia la primera. Sus encuentros son concertados de manera espontánea, se desarrollan en casas y patios particulares de cualquier barrio, aun en los más céntricos, con apuestas mucho más modestas y con espectadores que pagan por su acceso pero que no están obligados a jugar.

En la categoría de los potentados cada perrero escoge a sus propios partidarios y va al combate acompañado por ellos. No existe la figura del espectador de paso, en tanto no hay entrada para quienes no hayan apostado de antemano una importante suma. Incluso cuando las apuestas se acuerdan desde el extranjero, lo cual es muy frecuente, está previsto por norma que los jugadores asistan personalmente, aunque sin invitados.

Así pues, a diferencia de las peleas de gallos que se organizan aquí para turistas, de manera oficial y dentro de la ley, con todo y que no son menos sanguinarias que las de perros, a éstas no tiene acceso el visitante del exterior. Es otra de las muchas medidas de precaución tomadas por los perreros clase A. Sin embargo, ello no significa que se resignan a perder completamente ese jugoso segmento de mercado. Empresarios con fórmula de éxito al fin y al cabo, han comenzado a proyectar su mercancía allende los mares a través de películas de videos que filman en vivo durante los combates y cuyo precio, por supuesto, está en correspondencia con la exclusividad de la oferta.

Precisamente uno de tales filmes cuenta la historia de Popeye, perro feroz y temerario con fama de invencible, que fue campeón en un buen número de pueblos pertenecientes a la provincia La Habana. Y he aquí que un mal día, en medio del combate, se escuchó la señal de alarma del vigía. A duras penas consiguieron desprender al campeón de su oponente. Pero una vez eludido el peligro y listos ya para reiniciar las hostilidades en un nuevo hemiciclo, Popeye decidió darle un chance a la paz. Simplemente se echó delante el hocico de su rival, apacible, manso, indiferente, y se puso a contemplar la salida del sol. Algo había cambiado en sus adentros y se sospecha que ocurrió bajo el influjo de la palabra clave: Agua.

¿Y por qué no? ¿Quién lo quita? Cualquier cosa es posible en esta Isla. Puede llegar el día en que sólo con el grito de "¡agua!" resulte suficiente para calmar los ímpetus de la más temible entre las bestias.

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