www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
  Parte 1/2
 
Un hombre de bien
Colchonero de oficio y médium por misión: La crónica del secreto de una nueva vida.
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

Si los colchones hablaran, podrían contar como nadie la historia de las nostalgias y las tentaciones humanas. Así lo considera Mauricio Martín, quien calza sus palabras con el doble crédito de colchonero y médium.

Cama

Hace algo más de dos décadas, este hombre se acostó a dormir la curda sobre los restos de un colchón que le había disputado a los perros en un basurero. Y al despertar ya no era él.

"En aquel tiempo yo estaba perdido. El ron, la amargura y el hambre me habían empujado al barranco. No podía caer más bajo, como no fuera al hueco del cementerio. Y eso que nada más tenía treinta y cuatro abriles". 

Cinco años antes, Martín, empleado de contabilidad y estadísticas en el Ministerio de Comunicaciones, se había negado a integrar las tropas de jóvenes cubanos que por miles eran enviados a matar y a morir en la guerra de Angola. "Les dije que llevaba muy poco tiempo de casado, que mi esposa estaba embarazada, que yo era su único apoyo, y que añoraba ver nacer a mi hijo". La negativa no sólo provocó su expulsión de las filas de la UJC (Unión de Jóvenes Comunistas), sino, además, le costó el empleo.

Entonces empezó a dar traspiés. No tenía dinero para mantener la casa, todas sus gestiones para conseguir trabajo resultaron infructuosas, los amigos le daban con la puerta en la cara y, para colmo, su mujer malogró el embarazo. Finalmente ella también terminaría abandonándolo.

Fue en tales circunstancias en las que Mauricio Martín inició una deriva fatal hacia el alcoholismo, la marginación, el basurero.

Sin embargo, he aquí que justo desde lo más bajo, durmiendo la mona sobre un colchón sin guata y con los muelles vencidos, le sería revelado, según sus propios términos, el secreto de una nueva vida.

Cuenta Martín que aquella noche recibió en sueños la visita de un señor muy viejo, muy flaco, muy negro, con una barba blanca y espumosa como algodón de azúcar. "Enseguida supe que se llamaba Tomás y que había sido dueño del colchón sobre el cual yo dormía. Dijo que estuvo esperándome durante mucho tiempo, pues debía traspasarme sus dones de curandero. Y acto seguido me explicó todo lo que debía hacer para curar a las personas enfermas, a las cuales no podría cobrarles ni un centavo. Le contesté que había escogido al individuo equivocado, que yo no era más que un borracho sin oficio ni beneficio. Pero no me hizo caso. Seguía anunciándome que en lo adelante iba a ser un hombre de bien, que me convertiría en colchonero, su ocupación de cuando estaba vivo. Yo no podía creerle. Así que no dejaba de recular, alegando que ni siquiera sabía lo que llevan dentro los colchones y que a derechas tampoco sabía lo que era recostar los huesos sobre uno propio. Hasta que el viejo alzó su vozarrón, roñoso, y me gritó: ¡No jodas más y cumple tu misión, verraco! Entonces desperté con una sensación extraña. Recordaba muy claramente el rostro y cada palabra de Tomás, y no dejaba de repetirme en mi interior lo que muy pronto tendría oportunidad de comprobar, o sea, que aquello era algo más que un simple sueño".

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