www.cubaencuentro.com Martes, 07 de octubre de 2003

 
  Parte 1/2
 
La revolución de los bueyes
Prácticamente desde 1959 la sociedad cubana empezó a desmarcarse de los adelantos tecnológicos mundiales, una de las causas de su actual estado.
por MIGUEL CABRERA PEñA, Santiago de Chile
 

Cuando Eric Hobsbawn escribía su afamada Historia del siglo XX, desde luego no siempre pensaba en Cuba ni en los cubanos. Si bien es cierto que el acontecer isleño en 1959 dejaría su polémica huella en la pasada centuria, lo que resulta difícil observar, aun con lupa, es la marca que sus décadas postreras imprimieron sobre la mayor de las antillas.

Ingenio
Neumáticos por bueyes: ¿anacronismo enriquecedor?

Meditando sobre la globalización, Hobsbawn se preocupa por cierta dicotomía donde "curiosamente el comportamiento privado humano ha tenido menos problemas en ajustarse al mundo de la televisión satelital, el e-mail y las vacaciones en las islas Seychelles" que las instituciones estatales.

Si se dejara fuera de análisis lo que atañe al Estado, se observaría una de las pocas manifestaciones de la postmodernidad que se mantiene alejada de la polémica, y es lo que Hobsbawn denomina "ajustarse", que en traducción más precisa significaría, en verdad, acomodarse. Porque la globalización en este sentido consiste en la posibilidad de usufructuar los logros de la ciencia y la tecnología, facilitar la vida, desconocer las distancias y las demoras que monopolizaron toda la historia previa. Es, en fin, disfrutar algo que, incluso en naciones todavía subdesarrolladas como Chile, están al alcance de importantes masas poblacionales, más allá, por cierto, de lo que aquí se denomina clase media.

Pero claro que el historiador judío no pensaba en ese momento en los cubanos, en quienes ni siquiera se puede medir el problema del comportamiento frente a los medios tecnológicos comunes en la vida actual. Y no se puede medir porque, sencillamente, no existen como hecho social.

Cualquiera recuerda la persecución que desatara la policía cuando los cubanos, quizá con mayor acento en la capital, intentaban captar canales de televisión extranjeros mediante antenas que, como el primer camión-balsa en la historia, no hacían más que mostrar su tremenda capacidad de invención. Con el despojo de la antena venía, desde luego, la multa.

Cuando el régimen cubano prohíbe al común de sus gobernados acceder a la tecnología, no sólo le hace la vida más áspera y difícil, sino que extrae al país de su tiempo, lo arrincona en el pretérito y en gran medida lo desculturiza. La historia es mucho más que el gran escándalo. Ella se repliega y acuna en el hecho menor, diario, vecinal, donde se cuecen y encadenan realmente los acontecimientos, donde se hace, rehace y se selecciona, con vocación inacabable, también la cultura.

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