www.cubaencuentro.com Martes, 07 de octubre de 2003

 
  Parte 1/2
 
Nietzsche, el actor y Elizardo
La difamación castrista como recurso para generar adversarios e impedir el cambio.
por MIGUEL CABRERA PEñA, Santiago de Chile
 

Uno de los ámbitos donde más lucidez muestra la filosofía actual, en su rechazo del racionalismo cartesiano y cierta metafísica, hay que buscarlo sin duda en el lenguaje. Ya no sólo se sabe que el pensamiento habita allí y que sin él no existiría, sino que es capaz de crear realidades que transforman al que habla y al que escucha. De ahí que hoy se indague la famosa frase de Nietzsche: "el actor es una ficción, el hecho lo es todo". Quiso el filósofo decir que el "hecho" está en el centro de la argumentación, el mismo sitio donde lo coloca un pensador postmoderno, Rafael Echeverría, en su Ontología del lenguaje.

Elizardo Sánchez
Elizardo Sánchez: ¿el hecho o el actor?

Claro que en política —y en particular la que edifica un régimen dictatorial— estas ideas suelen desconocerse. En Cuba, además, no se publica a la mayoría de los autores que se empeñan, muchas veces con éxito, en desmenuzar las complejidades y acertijos de la hora que corre. Quienes desde el poder lideran en la Isla lo que se ha denominado "lucha de ideas", no bracean con la corriente del tiempo, sino contra ella, sin importarles que así alejen —todavía más— las esperanzas del pueblo.

A pesar de Nietzsche, el régimen de Castro no ve la realidad, el "hecho"; él sólo mira al "actor" y contra él enfila sus cañones. Algo de esto se percibe en la saña con que trata al opositor Elizardo Sánchez Santacruz, presidente de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional. Este afán de ir contra las personas es tal que es capaz de modificar, al menos por un momento, la reconocida ineficacia productiva del sistema. Pocas horas después de anunciarse el libro dedicado a atacar a Sánchez Santacruz, ya estaba, completo, en Internet.

La campaña que se despliega contra este dirigente de la oposición no es nada nuevo. Es, en verdad, una vieja práctica. La sufrió, con un despliegue inusitado, Ricardo Bofill, en tiempos en que la dictadura poseía muchos más recursos materiales —papel de periódico, por ejemplo— para agredir. No hace falta una memoria demasiado perseverante para recordar los despliegues, a página entera, con los que Granma descalificó a uno de los pioneros en la denuncia de los derechos humanos en Cuba. Cualquiera percibe hoy que lo que el régimen divulgó entonces como falta de honestidad en Bofill, se traduce en el derecho de la víctima —acorralada, repudiada, maltratada— a defenderse.

Fidel Castro, que maneja con ligereza de gimnasta el diccionario de la difamación, llamó más recientemente "borracho" al poeta Raúl Rivero. No obstante la inocuidad que se presume en una persona con semejante característica, lo condenó a veinte años de prisión. Miraba como enemigo, una vez más, "al actor", en tanto despreciaba el "hecho".

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