www.cubaencuentro.com Martes, 07 de octubre de 2003

 
  Parte 1/2
 
Cuba, esa fantasía
Sin el glamour de la República ni la solemnidad de la Revolución, la Isla recupera poco a poco su vieja estampa de fantasía erótica.
por RAFAEL ROJAS, México D.F.
 

En un pasaje de su novela Memorial del convento, José Saramago transcribió el diálogo imaginario entre Domenico Scarlatti y el cura portugués Bartolomeu de Gusmao. "Para que los hombres puedan ceñirse a la verdad, tendrán primero que conocer los errores y practicarlos" —decía el músico. "Pero así no está el hombre libre de creer abrazar la verdad y hallarse ceñido por el error" —replicaba el sacerdote. La conversación parecía estancarse en un callejón sin salida,
Tropicana
Tropicana, perfecta simulación del pasado.
ya que mientras el artista reclamaba la necesidad del cambio y la duda, del aprendizaje y la rectificación, el religioso, lo mismo que un ideólogo o un político autoritario, suscribía el apego al dogma y la lealtad sin fisuras.

Como el Scarlatti de su novela, José Saramago es un escritor que se atreve a corregir sus posiciones públicas. Su "hasta aquí he llegado" de la pasada primavera, revela la voluntad de cancelar esa transacción simbólica por la cual un segmento autoritario de la izquierda occidental, empeñado en proteger el mito de la Revolución Cubana, oculta sus críticas al gobierno de Fidel Castro. La evidencia de que aquella revolución fue una cosa —un profundo cambio social que trajo equidad e independencia a la ciudadanía de la Isla— y el gobierno cubano es otra —un régimen totalitario que niega derechos civiles y políticos elementales a la población—, bastaría para cuestionar esa moratoria del juicio que La Habana impone a sus feligreses en el mundo.

El deslinde de Saramago, tajante como la propia lógica de lealtad que establece el castrismo, es el capítulo más reciente de una larga historia de encuentros y desencuentros entre Cuba y la izquierda occidental. Quien inauguró esa tradición de "utopía y desencanto", como diría Claudio Magris, fue Jean Paul Sartre en su viaje a la Isla, a principios de 1960. Sartre llegó a La Habana con aquella misión de "pensar contra sí mismo", de "romperse los huesos de la cabeza", tan propia del complejo de culpa postcolonial con que el pensamiento europeo y norteamericano se asoma a América Latina. Y encontró precisamente lo que sus ojos buscaban: una comunidad orgánica, regida por una misteriosa voluntad unánime, que la hacía avanzar hacia metas concretas (alfabetización, reforma agraria, paredones, "lucha contra bandidos") y que respondía a coro a la voz de un líder joven y hermoso. Fidel aparece en aquellas notas de Sartre para France-Soir como un ángel panteísta: "lo es todo a la vez, la Isla, los hombres, el ganado, las plantas y la tierra…, él es la isla entera".

La vasta cultura filosófica de Sartre parecía reducirse, entonces, al Rousseau del Contrato social. Las páginas finales de Huracán sobre el azúcar fundan la literatura utópica sobre la Revolución Cubana en Occidente. Allí se habla del "Rambouillet Cubano", de "El Dorado" insular —la Ciénaga de Zapata que sería desecada para cultivar arroz y construir el "lugar turístico más bello del mundo"—, y se describe un discurso de Fidel Castro como un acto de perfecta comunión política entre el caudillo y el pueblo, en el que ha desaparecido ya cualquier vestigio de democracia representativa: "sola, la voz, por su cansancio y su amargura, por su fuerza, nos revelaba la soledad del hombre que decidía por su pueblo en medio de quinientos mil silencios". La nueva vida cubana era, según Sartre, "alegre y sombría", ya que el carácter utópico de la Isla estaba determinado por la "angustia" de la "amenaza extranjera", por el gesto de enfrentarse a Estados Unidos en nombre de la humanidad.

Antes de la Revolución, la imagen de Cuba en Occidente carecía de "ese rostro de sombra", de esa solemnidad utópica. Cuba no era entonces una utopía, sino una alegre fantasía de la imaginación occidental. Fantasía turística, construida por el venero exótico de sus montes y playas, de sus mujeres y hombres tostados y sensuales, de sus casinos y hoteles, y asegurada por una moderna economía de servicio que impulsaron la mafia y el capital norteamericanos.

1. Inicio
2. Esa es la imagen que recorre...
   
 
EnviarImprimir
 
 
En Esta Sección
Tumba, tumbador
JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
Los últimos internacionalistas
YAMILA RODRíGUEZ EDUARTE, Caracas
Héroes versus disidentes
MIGUEL RIVERO, Lisboa
Editoriales
Sociedad
Represión en Cuba
Cultura
Internacional
Deporte
Opinión
Desde
Entrevista
Buscador
Cartas
Convocatorias
Humor
Enlaces
Prensa
Documentos De Consulta
Ediciones
 
Nosotros Contacto Derechos Subir