www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
  Parte 1/2
 
Hijos de Robinson Crusoe
Salir y entrar, esa es la cuestión. La insularidad como barrera de fuego de la política migratoria castrista.
por YAMILA RODRíGUEZ EDUARTE, Caracas
 

Los cubanos están condenados a mirar el mar sin poder escapar. A los náufragos de la revolución les ha tomado más tiempo dejar la Isla, que a Robinson Crusoe, quien necesitó 28 años, dos meses y 19 días para salir de una isla desierta. Si el legendario navegante hubiese tenido un capitán como Fidel Castro, seguro que todavía estaría oteando el horizonte, sin lograr marcharse.

San balsero
San Balsero (Reinaldo Pagán Ávila).

Hasta que no piensan en irse del país, los cubanos no le dan mucha importancia a la insularidad, esa cabrona casualidad de estar rodeados de agua por los cuatro costados. La geografía y las tremendas restricciones para viajar que padecen los cubanos convierten las salidas de la Isla y las entradas a ésta, en una auténtica pesadilla.

Si la revolución cubana abolió todos los derechos consagrados en la Declaración Universal de Derechos Humanos, por qué tendría que hacer una excepción con la libertad que tiene cualquier persona de salir de su país y regresar a éste, cuando lo desee.

Fidel Castro en su delirio de señor feudal creyó que era el dueño de los cubanos, incluso de sus almas, como a la antigua usanza. Desde que tomó el poder, todo el que osaba salir de sus tierras era considerado traidor, desertor, escoria, gusano… alguien que no merecía llamarse cubano.

Los que se marchaban por cualquier vía eran considerados enemigos del pueblo y de la revolución. Las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP) albergaron a no pocos que cometieron el terrible delito de solicitar la salida legal del país. Otros tuvieron que esperar mucho tiempo en sus casas —marcados como parias— a que les llegara el permiso de salida, la humillante tarjeta blanca.

¡Ay de los que eran atrapados escapando por las costas! No importaba si eran estudiantes universitarios, vendedores de maní o médicos. Eran encarcelados por la "fechoría" de salida ilegal del país; que formaba parte de los delitos contra la revolución. El régimen cubano integró la exclusiva lista de gobiernos que encerraron a sus ciudadanos por intentar abandonar la tierra natal.

Aunque a Fidel Castro le convenga olvidar, muchos cubanos no pueden. Desde el primer día, la revolución le otorgó carácter político a la emigración. La politización de la emigración fue la causa de que las familias se desgarraran, porque el que se marchaba lo hacía para siempre. A los que se quedaban en la Isla les prohibía comunicarse con los suyos en el exterior. Los revolucionarios no podían recibir llamadas, ni cartas provenientes de los "traidores". Con gran dolor se ocultaban los parientes en el exilio para no ser estigmatizados.

Para ingresar en las universidades, los aspirantes debían llenar un formulario con muchas preguntas personales, en las que no faltaba la referida a los familiares en el exterior y la comunicación con ellos. Muchos mentían con la esperanza de que no los descubrieran, y así obtener la carrera deseada.

La crisis de los balseros —en el verano de 1994— trajo como consecuencia la despenalización de las salidas ilegales, como parte de los acuerdos migratorios firmados entre Cuba y Estados Unidos. Pero ello no supuso que fuera restablecida la libertad de viajar de los cubanos. Hasta la actualidad, el régimen sigue arrogándose el derecho de decidir a quién le da permiso para salir de la Isla, o para entrar.

Castro intenta hacer creer que la emigración cubana tiene un carácter netamente económico. De acuerdo con la página web del Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX), de la Isla, "es una conclusión obligada el que 'poca gente se ha ido de Cuba', si se conoce que Estados Unidos gastó más de mil millones de dólares en el Programa de Refugiados Cubanos en los años sesenta para asentar, legalizar, darle trabajo y cubrir los gastos de seguridad social a cuanto cubano llegara a sus costas renegando del socialismo".

"Cuba no tiene dificultad en reconocer que sus nacionales son parte del flujo migratorio internacional en búsqueda de mejores destinos económicos. Los residentes en Estados Unidos deben a cambio abandonar la falsa imagen de que son un supuesto exilio político, para reconocer con valor que son otra minoría inmigrante en la primera economía mundial".

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