www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
  Parte 1/2
 
Tumba, tumbador
¿Por qué razón en Cuba, un país donde se controla rigurosamente la vida pública, e incluso íntima de cada ciudadano, el robo se multiplica por minutos?
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

Los guardianes (CVP) que cuidan la puerta de Zapata y calle 22, en el Cementero de Colón, le han tumbado el panteón a Carmela Nieto. Aclaro que el verbo tumbar no se conjuga en esta historia según el significado académico de hacer caer, derribar, sino atendiendo a una de sus más crudas acepciones en el lenguaje popular cubano: robar, obtener de forma ilícita.

Cementerio de Colón
Cementerio de Colón: tumbas profanadas.

En La Habana, los tumbadores son ladrones, aunque a veces se matice la acción con sucedáneos cariñosos como resolver, ganar, conseguir, luchar... También tumbar equivale a irse (voy tumbando), o a ser expulsado (tumba y vete), pero tales variantes no vienen al caso.

Por lo demás, son igualmente tumbadores quienes golpean la tumbadora para sacarle música. Aunque los que aquí se relacionan no tocan tumbadora. Más bien tumban todo lo que tocan, sin dar un golpe ni producir otro sonido que no sea aquel que propicia el encantamiento de las serpientes.

El ejemplo del Cementerio de Colón es atípico. Los guardianes no se han robado el panteón. No podrían cargarlo. Sólo se aprovechan indolentemente de su cobija, en tanto lo utilizan para pernoctar, servirse el almuerzo, protegerse del sol, guardar sus pertenencias, sentarse a charlar y a descansar un rato.

Un buen día alguien les abrió la puerta y ahí lo tienen, a su gusto y entero acomodo. Tumbadores son al fin y al cabo, pues resulta improbable desde todo punto de vista que la dueña o sus parientes autorizaran la profanación. Pero no se trata de un tumbe común. Lo diario, lo archipresente hoy en el país es la especie de los que tumban mediante el robo consumado y/o la estafa.

No existe un solo renglón en nuestra maltrecha maquinaria productiva, un solo estrato de la sociedad, una sola operación o un establecimiento de servicios públicos desde los que no saque sus pezuñas el tumbador. En verdad constituye tarea ardua, además de estresante, describir cada una de sus manifestaciones y prototipos. Tampoco sería necesario. De la misma manera que sobra —por obvio y socorrido— volver a machacar con el tema de las condicionantes económicas.

Más provechoso resulte quizá fijar la atención en su incidencia moral, toda vez que la figura del tumbador sirve para mostrar no únicamente el rostro menos divulgado de nuestra pobreza, sino también una lacra que está comprometiendo las esperanzas del cubano, pues al tiempo que socava su tradición como pueblo honrado y laborioso, empiedra el camino del futuro.

Y es que hay que decirlo, una parte de estos sujetos no se muestra interesada —porque no les conviene— en un cambio de sistema que suponga democracia, mejoras en la economía y en la organización social, así como nuevos enfoques en el diseño y tratamiento de las leyes.

Vistas las cosas desde este ángulo, sí encaja como un guante para el caso la apropiación indebida de los guardianes del Cementerio de Colón. Pues su acto enseña con amarga viveza la falta de respeto ante el derecho ajeno y la pérdida de los valores de adentro que venimos sufriendo, en modo creciente, desde hace varias décadas, no al nivel de prácticas consideradas marginales y, por tanto, aisladas, sino a todos los niveles de la nación, como norma habitual de convivencia.

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