www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de octubre de 2004

 
   
 
De Eduardo Facciolo a Raúl Rivero
Dos periodistas condenados por la misma razón: hacer uso de la libertad de expresión en Cuba.
por DIMAS CASTELLANOS, La Habana
 

La represión sufrida por el periodismo cubano tiene una larga trayectoria. Sin sus aportes, aciertos e influencia la cultura y la historia de la Isla serían diferentes. Por esa importante labor de dignidad, entrega y amor a la verdad, el periodismo, a la vez que cuenta con una innumerable relación de plumas valientes y brillantes, también tiene una historia paralela de sufrimientos, represiones, víctimas y mártires.

E. Facciolo
Eduardo Facciolo.

El primer eslabón de las víctimas que conforman una cadena de más de siglo y medio de represión lo ocupa Eduardo Facciolo, pionero de los mártires del periodismo político en Cuba: un tipógrafo ejecutado en el Castillo de La Punta la mañana del 28 de septiembre de 1852. En uno de los últimos eslabones —el más amplio—, que tuvo su punto climático en marzo de 2003, se encuentra Raúl Rivero y otros 25 periodistas independientes. Estos y aquellos, todos, por la misma razón: hacer uso de la libertad de prensa en Cuba.

A Facciolo, por desafiar las prohibiciones coloniales impuestas a la prensa escrita. A Rivero y el resto de los periodistas encarcelados, por hacer uso de la libertad de expresión con fines declarados constitucionalmente ajenos a la "construcción del socialismo y el comunismo".

Facciolo desarrolló su labor en el momento en que la influencia de la invención de la imprenta europea se reflejaba en el surgimiento de publicaciones como El Papel Periódico de La Habana. Rivero y sus colegas lo han hecho cuando el mundo se empeña en construir la sociedad de la información —cuyo primer requisito es la libertad de expresión, resumen del resto de las libertades.

'Nada tememos'

La corta y fecunda labor periodística de Facciolo se inició cuando los líderes del fallido intento de la Conspiración de Vuelta Abajo decidieron fundar un periódico clandestino para responder a la campaña difamatoria de las autoridades españolas; labor para la que el periodista fue seleccionado por sus condiciones de confianza, valor y conocimientos para acometer la riesgosa empresa.

Con los materiales mínimos necesarios, acomodados en un baúl que simulaba un sarcófago, la pequeña imprenta se movió incesantemente de un lugar a otro de La Habana —evadiendo la tenaz persecución de las autoridades coloniales. En el corto período del 12 de junio al 4 de agosto de 1852, resultado de la compleja y riesgosa labor asumida, salieron a la luz miles de ejemplares de La Voz del pueblo Cubano. Órgano de la Independencia, el primer periódico revolucionario de La Habana que circuló por toda la Isla.

En el editorial del primer número se lee: "Este periódico tiene por objeto representar la opinión libre y franca de los criollos cubanos", y más adelante, como una premonición de los riesgos que acechaban a sus promotores, expresaba: "Nada tememos; si somos descubiertos por alguna infame delación, moriremos; pero será después de haber prestado tan importante servicio a la santa causa de nuestra querida Cuba".

La respuesta gubernamental no se hizo esperar. Durante la preparación del cuarto número, ante la inminencia de su localización, el director del periódico huyó hacia Boston, mientras Facciolo continuó trabajando en la edición. El 23 de agosto de ese mismo año, por una delación, fue ocupada la imprenta y detenidos varios de los involucrados.

Durante el proceso judicial en que 15 de los encartados fueron juzgados por un Consejo de Guerra, Facciolo declaró que la imprenta era de su propiedad y que allí se habían tirado los cuatro números de La Voz del Pueblo Cubano.Resultado de ello tres de los acusados —de los cuales sólo Facciolo estaba en poder de las autoridades— fueron condenados a pena de muerte.

Gracias a la recopilación realizada por el capitán Joaquín Llaverías, organizador del Archivo Nacional de Cuba desde 1899, podemos reproducir uno de los siete versos de la poesía que escribiera el condenado a la autora de sus días: "Madre del corazón, tu puro acento/ No demande favor a los tiranos;/ A mí me inspira el noble sentimiento/ De morir por mi patria y mis hermanos".

Lo que no podía imaginar Facciolo era que pasado más de siglo y medio otro poeta y periodista, acompañado de un nutrido grupo de cubanos, sería condenado a cumplir altas penas de prisión, que equivalen a una pena de muerte "en vida". Después de los más importantes resultados de la milenaria historia de la humanidad en materia de derechos humanos; de que José Martí expresara aquel profundo pensamiento: "Yo quiero que la ley primera de nuestra República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre"; y después de una revolución que había anunciado poner fin a todos esos males.

Ignoran los responsables de esa política la imposibilidad de detener la marcha de la historia prohibiendo la libertad de expresión. Esa peculiaridad ha determinado el fracaso de la represión. Por eso, también, siempre habrá muchos Facciolo y Rivero.

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