www.cubaencuentro.com Miércoles, 18 de mayo de 2005

 
   
 
Entre el huevo y el cacareo
Desempolvando la historia reciente: Desde los palos y pedradas de 1980, hasta la marcha contra las Damas de Blanco.
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

Para el poder político, ninguna masa ha tenido nunca más importancia en Cuba que las masas de puerco fritas. Sin embargo, hay que oírlos cada vez que se ponen a vociferar que sus proyecciones responden al interés del pueblo, que actúan en su nombre, guiados por su mandato y para su exclusivo beneficio.

D. Blanco
Hostigamiento a las Damas de Blanco.

Lo peor no es que lo hagan, sino lo seguido y con la impunidad que lo hacen.

Y peor todavía es cuando entre sus tácticas de manipulación entra en juego la convocatoria para que sean neutralizados los opositores políticos. Entonces las masas se agreden a sí mismas, arengadas, macabra y engañosamente, para que actúen en nombre del mandamás, según sus reclamos, con su visto bueno y guiadas por el interés de beneficiarlo exclusivamente a él.

Hay demasiados ejemplos en la historia de los últimos 46 años. Y todos nos dejaron el mismo sabor, a impotencia, a frustración, a estiércol. Desde los palos y pedradas en aquellos días nefastos de 1980, hasta la grosera e indolente marcha de marzo pasado contra las damas de la iglesia Santa Rita.

Justo este último caso ha servido para despertar de su sopor a quienes creían que los camiones repletos de "pueblo enardecido" avanzando contra pobre gente, cuyo único delito consistió en no estar de acuerdo con el mandamás, eran ya una sombra antigua, exabruptos propios de la inmadurez de otras épocas.

Pues no, los camiones son cancros del sistema, están ahí, aunque no se vean, nos sopesan, acechan, por más que uno haya deseado olvidar su existencia.

La verdad es que nunca dejaron de estar, esperando la orden de arrancada. Y si en los últimos tiempos no cargaron con su carga más a menudo, es porque el mandamás no lo requirió. No se había visto en la urgencia de convocarlos.

Contra nosotros mismos

En cambio, otros parecen ser los aires que soplan por estos días. De modo contrario no se explica la orden de desempolvar los mítines de repudio, ni las "nuevas" promesas para condicionar respuestas enardecidas del pueblo, ni el empeño (inútil por lo general, aunque todavía suenan algunas viejas trompetas) porque se reanimen los mecanismos de denuncias entre vecinos, familiares y amigos.

Alguien, uno de los muchos sesudos de la política, dejó dicho que tal vez no haya otro detalle que califique más certeramente a un pueblo y a cada etapa de su historia, que el estado de las relaciones entre las masas y quienes las dirigen. Si es así, nuestros herederos no van a ganar para bicarbonato ante lo que les estamos dejando.

El mandamás nos impresiona con su alboroto propio de los momentos de crisis, a la vez que nos promete que de ahora en adelante vamos a mejorar. Y sin transición nos lanza contra nosotros mismos, que es la parte del pueblo que pacífica, paciente y a veces hasta humildemente reprueba al mandamás.

Por nuestro lado, asumimos lo irremediable, bien desde una u otra actitud, pero siempre expuestos al peligro que representamos nosotros para nosotros mismos, o sea, el pueblo, que está siempre a merced del mandamás.

Durante casi medio siglo es el mejor legado que hemos conseguido atesorar para nuestros tataranietos. No será gran cosa, pero tampoco dispusimos de espacio para deslindarnos de la manipulación totalitaria a una distancia por lo menos similar a la que se reporta entre el huevo y el cacareo.

La gallina esconde el huevo en su nido y se va lejos a cantar. Así puede darse el lujo de advertirle a sus testigos: aquí está mi aporte, lo puse y lo anuncio, allá ustedes si no lo encuentran a tiempo y finalmente se lo tienen que comer clueco.

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