www.cubaencuentro.com Miércoles, 18 de mayo de 2005

 
  Parte 3/3
 
La Asamblea del vergel
El 20 de mayo en La Habana: Desde los mambises hasta la oposición anticastrista, los mangales, potreros y descampados han sido los únicos espacios para frenar la intolerancia.
por WILLIAM NAVARRETE, París
 

La tradición del mangal

Al final de la primera guerra, por los factores antes mencionados y otros que no pueden formar parte de estas notas, el movimiento insurgente cubano estaba casi asfixiado.

En 1875, en Lagunas de Varona (otro descampado), ante el descontento que la jerarquía directiva del conflicto generaba entre líderes civiles y otros de menos visibilidad, se lanza allí un Manifiesto que reforma el gobierno de la República en Armas, ocupado por Cisneros Betancourt a la espera de que Vicente Aguilera regresara de Estados Unidos, donde las discordias entre exilados le impedían volver de una vez a Cuba.

Al final del conflicto, nadie acataba ya las órdenes de nadie. Los tuneros sólo respondían a su líder: Vicente García; los orientales y camagüeyanos no habían superado nunca sus rencillas regionales, e incluso, los holguineros, liderados por Calixto García, fundaron por su cuenta el Cantón Libre de Holguín. La anarquía y el desorden resultaron, junto a los españoles, los vencedores en este conflicto.

Al Pacto del Zanjón (1878), armisticio entre cubanos y peninsulares, se opuso la voz enérgica de Antonio Maceo y sus seguidores con la declaración de un gobierno provisional que continuara la guerra, conocido como "Protesta de Mangos de Baraguá". Al pie de un mangal, en un desesperado intento de no ceder ante el debilitamiento de la insurrección, Maceo se convirtió, no por mucho tiempo, en la última esperanza de emancipación.

Un siglo y medio después

De más está ahondar en los paralelos. Si los evoco de forma accidental es porque cada intentona cubana de liberación se produjo en condiciones extremas, à la belle étoile, bajo las mismas limitaciones de comunicación y en medio del recelo y la desconfianza de unos y otros.

En similares condiciones lanzaron sus proclamas e iniciaron las revueltas los insurgentes de la segunda guerra de independencia cubana, quince años después. El Grito de Baire, lanzado por Saturnino Lora el 24 de febrero de 1894, no fue un grito único, sino que bajo este nombre se hallan también, separados por escasas horas, el de Guillermo Moncada en el término de Alto Songo, el de Quintín Banderas en San Luis y el de Periquito Pérez en Guantánamo.

Todos al aire libre y bajo el "correveidile" como único medio para alertar y sumar a la población a favor de la causa. Incluso, las dos Constituciones de la segunda guerra (la de Jimaguayú y la de La Yaya) circularon clandestinamente de mano en mano, y libremente en el exilio, como sucederá también con el informe final de la Asamblea del 20 de mayo de 2005, más de un siglo después.

Tanta coincidencia no puede menos que exasperar, sobre todo si se considera que un siglo después el mundo avanza cada vez más hacia formas más justas de pluralismo. Los cubanos tal parece que hemos quedado relegados, en el siglo XXI, al modus operandi de la manigua del XIX como única vía posible (ante la intolerancia del régimen castrista y la tolerancia mundial hacia él) para soñar y hacer una Cuba mejor.

Por eso, evocamos esta Asamblea pensando que el patio del ingeniero Bonne Carcassés, en la barriada de Río Verde, es el mangal de Baraguá, el potrero de Jimaguayú, el descampado de Lagunas de Varona y todos aquellos lugares de geografía invisible que la historia de su noble causa ha hecho definitivamente grandes. Lo evocamos bajo el verdor significativo de un vergel, porque los vergeles son, más que patios, potreros, mangales y descampados, los jardines de todos los ensueños: el remanso aquilatado de la paz.

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