www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
  Parte 2/2
 
Envidia de Estado
El perro del hortelano: Incapaz de asumir el control de la economía, el gobierno arrincona al sector privado en la Isla, lo que significa arrinconar a los cubanos.
por MANUEL CUESTA MORúA, La Habana
 

Ni sirve ni deja servir

Escuchando la opinión pública en La Habana, el derribo burocrático de estos complejos constituye un golpe alevoso a la excelente red privada de comida rápida que enriquecía y daba color al mapa y vida urbanos.

¿Cuál puede ser la razón para semejante golpe? La condición hortelana del Estado cubano: ni sirve ni deja servir. Sabemos que desprecia la iniciativa privada o individual, no con la "superioridad racional" de la teoría marxista, sino con rechazo medieval. El mismo que en la época de la colonia quería regular la cantidad de gallinas que tenían los vecinos del cabildo habanero, que estancó el tabaco y que fijó al de Sevilla como uno de los dos únicos puertos españoles por donde se podía trasegar el comercio de la Isla. En fin: urticaria comercial precapitalista en tiempo de globalización.

Lo que explica el intento de reducir a estos prósperos comerciantes al limitado radio de acción de su vecindario. Cuando ellos se concentraron frente al hospital Naval, la CUJAE o en la zona 6 alamareña, era en cumplimiento de una de las primeras leyes del comercio: acercarse a sus potenciales clientes y ofrecerles allí, con excelencia, encanto y música, el producto para calmar su sed o saciar su hambre antes o después de farragosos estudios y de sufrir, o empezar a sufrir, los malos servicios que por lo regular ofrecen los hospitales habaneros, el Naval incluido.

Y satisfacer las necesidades primarias de la concurrencia popular de un modo que no lo ha hecho nunca el Estado, es políticamente incorrecto. A diferencia de este, los negocios particulares demuestran, siguiendo las reglas de la economía privada, que se puede hacer más y mejor con menos, según reza uno de los lemas de la economía "realmente socialista".

La mala noticia para la agenda socialdemócrata que defiendo es que el desprestigio en Cuba del sector público y cooperativo es de tal calado, que el mundo privado y particular se alza no sólo como la tabla de salvación de los cubanos frente a la egoísta economía del poder, sino como el esqueleto antropológico sobre el que se erige el "homo faber" cubano. Tanto por el hecho de que los criterios de eficiencia, racionalidad, excelencia, glamour y calidad se concentran exclusivamente en el mundo privado, como por la identidad popularmente establecida entre el cubano y la inventiva. En este sentido, el capitalismo puro y duro aparece como un retorno a nuestros orígenes. Y sabido es que en épocas de crisis todos los pueblos son retrospectivos.

El Estado habría querido reproducir, a nivel colectivo, esa inventiva y excelencia. Incapaz de hacerlo, arrincona al sector privado, lo que en una economía de supervivencia como la nuestra significa arrinconar a los cubanos. Un arrinconamiento que despliega todas las fases posibles del cinismo y muestra su lógica antinacional cuando ofrece el espacio privado, al por menor, al detalle, nada más y nada menos que al empresariado venezolano: en buena parte subsidiario de los grandes capitales cubanos asentados en Venezuela.

Para matizar a los franceses, creo que la envidia puede ser insana, y la envidia absoluta, exudada por los Estados, es insana absolutamente.

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